carlos gil
Contra el yo
Frederick Nietzche aparece en un estado que roza la locura, pero que no deja de tener destellos de una brillantez exuberante, capaz de diseccionar asuntos filosóficos de gran entidad, acompañado por su fiel y anciana sirvienta que le trata no como una asistenta a un hombre en situación terminal sino como una madre atiende a un niño desvalido. Desde esa situación Jaime Romo teje una obra don- de aparecen los intereses de su hermana puritana en complicidad con un siquiatra que le está envenenado para acelerar su muerte, y en contrapeso, una antigua a-lumna y amiga y un profesor y teólogo que lo defienden. Al final todo se debe dilucidar en un juicio donde se declarará quién mantiene la potestad de su magna obra.
Un personaje central muy activado, con un acompañamiento en contrapunto, mucho más cercano, emocional y humanístico encarnado en la sirvienta, frente a las fuerzas de la reacción y de los intereses que tienen en frente a los más utópicos, los más razonables. Todo ello forma una obra muy dialogada sin apenas acciones, en un montaje que se esquematiza voluntariamente, que utiliza un recurso muy primario, pero que regula, texto y montaje, bien las intensidades para ir creciendo hasta desembocar en una excelente escena final donde todo acaba por acoplarse y a ello ayuda la excelente interpretación de Alfonso Torregrosa y Elisenda Ribas, siendo ella la que eleva el tono emocional, el que toca la fibra del espectador hasta el paroxismo acompañado de una música y coros impresionantes en uno de los momentos más rotundos de la puesta en escena. Tienen cabida conceptos, ráfagas de las bases filosóficas, como la negación del yo o de Dios, todo ello bien dosificado para no convertir la obra en un discurso o en un debate filosófico o político, aunque quien desee adentrarse en esas posibilidades tiene algunas puertas abiertas ya que en la obra de Nietzche se encuentran dos fases que han servido para impulsar pensamientos diametralmente opuestos en lo ideológico.
Teatralmente es bastante discursiva, o sea, es teatro de texto, pero bien resuelto por la dirección de Mikel Gómez de Segura que firma a su vez la escenografía, que abunda en el esquematismo, con un nivel alto de intérpretes con la pareja central citada como catalizadores de todas las bondades. Un buen trabajo de Traspasos con un texto premiado de un autor que da muestras de su capacidad para empresas de gran envergadura y ambición artística.