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¿Por qué seguimos amando tanto a Chéjov?

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Varias obras relacionadas con Chéjov coinciden significativamente este fin de semana. «After Play» es una pieza que reúne en torno a la mesa de un viejo café moscovita a dos personajes de Chéjov: la Sonia de «Tío Vania» y el Andrei Prozorov de «Tres hermanas». Interpretada por Blanca Portillo y Helio Pedregal, es un pequeño milagro. El teatro reducido a su esencia. Cerrada oscuridad alrededor de esa mesa sólo iluminada por una bombilla, y dos seres humanos, profundos y patéticos, mostrándonos lo que el tiempo y la existencia han hecho con ellos; dos seres ahogados por el dolor y la melancolía, pero empeñados en seguir viviendo aunque sea con la ocasional ayuda del vodka. Pero nada de sentimentalismo ni de grandilocuencia; en Chéjov lo importante sucede sutilmente, como de puntillas, en los huecos entre las palabras y los gestos. Es el primer gran explorador de los abismos entre lo que se dice y lo que se siente, lo que se muestra y lo que se oculta. Y por eso es tan difícil representarlo, por eso, ya en su momento, «La Gaviota» fue un fracaso hasta que la tomó en sus manos el joven Stanislavsky para plantar las semillas del teatro moderno. Médico de profesión, Chéjov no juzga a sus personajes: nos muestra sus razones; disecciona con serenidad la condición humana y la expone ante nuestros ojos. De ahí la impresión de veracidad profunda. Es difícil no reconocerse en esos personajes para los que la vida no es sino un combate contra la desesperación. «Ojos negros», de Mikhalkov, y «Vania en la Calle 42», de Malle, son posiblemente los dos extremos a los que el cine ha llevado la obra de Chéjov; el desparrame de sentimentalismo -tan ajeno al ruso- de la primera, y la emocionante contención de la segunda. Un escritor que ha sabido atrapar su hálito ha sido Raymond Carver, narrándonos además las últimas horas de vida del escritor ruso en ese bellísimo relato «Tres rosas amarillas». Es curioso comprobar cómo ha marcado el Chéjov narrador la narrativa actual y muchos de sus relatos se han convertido también en materia teatral; aún fresco el «¡Nasdrovia, Chéjov!», de Vaivén. Chéjov murió a los 44 años. Escribió apenas media docena de dramas. En ellos está todo su desesperado vitalismo, que es el nuestro, porque en todos nosotros hay cosas que se nos pudren dentro.

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