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Maite SOROA

No disimulan sus temores

L a manifestación del sábado copó ayer titulares y editoriales, y no es cosa de hacernos eco de todas. Me quedo con la memez más gorda: Pedro J. Ramírez en «El Mundo». Hablaba el pájaro de las «pretensiones panvasquistas» de los abertzales y aprovechaba para vapulear a su odiado Zapatero. En un increíble salto, más propio de Pinito del oro que de un columnista, Ramírez aseguraba que «sólo confundiendo entre sí los contrarios se puede apadrinar -o tan siquiera contemplar- en los tiempos que corren un proyecto político vasco-navarro, equiparándolo al castellano-leonés. Ojo, no estamos hablando ni de cooperación cultural, ni de relaciones deportivas o comerciales, sino de vinculación administrativa a través de instituciones representativas comunes. Y esto al día de hoy tiene tanto sentido como que el órgano interparlamentario con el que está previsto que empiece la fusión no sea vasco-navarro, sino vasco-leonés. Es decir que sean las tierras del Bierzo y no las de la Ribera las que se agreguen a las del Gohierri». ¡Toma del frasco, Carrasco! Lo mejor es que, además, señalaba con gravedad que lo anterior «no es una boutade para soliviantar a Zapatero tocándole la patria chica, sino la reducción al absurdo de esa momificada estupidez llamada `derechos históricos' que los nacionalistas vascos invocan para reclamar Navarra y bajo la que los dirigentes de Batasuna se cobijan nada menos que para denominar a Pamplona `nuestra Jerusalén'». Y para completar la sandez, advertía Ramírez que «nosotros replicamos que Navarra entera es nuestras Termópilas». Y se pega una parrafada contándonos la historia de los persas y los griegos. Pero lo que le acongoja al hombre se explica más tarde, cuando confiesa que si se produjera la unidad territorial de Euskal Herria, «se desmoronarían también como fichas de dominó los puntales de la España constitucional si el soberanismo vasco lograra apropiarse de Navarra. En ese escenario demencial, el Estado de las Autonomías serviría de barra libre a la ley del más fuerte, oscuros sueños como los de los Països Catalans, la anexión a Galicia de determinadas comarcas limítrofes o la toma de Ceuta y Melilla por Marruecos terminarían materializándose y lo máximo que restaría de tal naufragio sería una Confederación de Pueblos Ibéricos balcanizada en sus odios y rencores».

Y si UPN pierde las elecciones, la catástrofe: «nuestra democracia entrará en una grave situación de alarma roja en la que será imprescindible que elemen- tos tan importantes para mantener el rumbo de la nave como Navarra estén firmemente atados al mástil principal». En realidad quiere decir «encadenados». Son así.

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