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Haruki Murakami: literatura en espiral

¿Hasta qué punto la persona llamada yo era o no realmente yo?

La crítica hace un análisis de la obra del escritor japonés Haruki Murakami, un autor de culto, para algunos y uno comercial y aburrido en opinión de otros. Dada, sin embargo, invita a leer entre líneas y entre libros para sumergirse en el universo personal de Murakami. En su literatura no hay kimonos, bonsáis ni ninjas. Pero tampoco hay una «reverencia" a lo «occidental". El estilo de Murakami es contemporáneo, usa distintas formas narrativas. En «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" utiliza títulos de periódicos, cartas y chat. Además, alterna realidades superficiales con temas como la guerra entre China y Japón.

Paola DADA «LA JORNADA»

Puede conocerse a un autor por su obra?, ¿o la obra encasilla al autor? Murakami ha sido considerado por algunos un autor de culto y por otros un escritor comercial y repetitivo.

Su literatura ha provocado cierta controversia. Por un lado, están quienes lo veneran y lo definen como el «próximo Nobel» por su visión japonesa con estilo occidentalizante, cautivador y «revolucionario con un toque bicultural». Por otro, aquellos que lo califican de predecible e, incluso, aburrido. Muchos leen en sus novelas una constante repetición y se cansan de nombres y referencias musicales. Incluso lo han llegado a clasificar de superficial. Muchas influencias le han achacado: Auster, Salinger, Chandler, Borges, y también han observado la herencia que dejaron sus traducciones al japonés de Fitzgerald, Carver, Irving y Theroux.

Pero creo que las dos lecturas se quedan sin descubrir lo que hay entre líneas y entre libros. Es probable que un autor no pueda conocerse por su obra, pero sí puede conocerse su intención, su interés. Murakami no es un autor japonés-occidental ni es un autor repetido y evidente. Murakami es más que eso, es literatura en espiral.

La obra de Haruki Murakami es un conjunto inseparable. Cada libro, cada texto, forma parte de una obra total. No quiere decir que tengan que leerse todos sus libros para comprenderlo, o que deban leerse en orden, pero sí debe saberse que hay un tejido subterráneo o, mejor dicho, subcutáneo entre las diferentes historias: Murakami está buscándose. Él se busca a sí mismo en cada libro, en cada historia. Esa búsqueda individual es el verdadero personaje central de la obra del escritor japonés que invita al lector a hacer lo mismo.

Es cierto que todas sus historias están construidas de componentes similares, incluso obsesivos. Siempre están narradas en primera persona, lo que las hace más íntimamente relacionadas con el autor. Siempre hay alguien herido por un amor no correspondido; hay personajes desaparecidos, por fuga o por muerte; hay también un simbólico pozo donde los personajes se hunden hasta encontrar una respuesta para sí mismos; hay gatos portadores de «mensajes» indescifrables; los personajes siempre practican la natación; hay historias de amores inalcanzables atrapados en triángulos; siempre hay pequeños detalles que obligan a un cambio repentino del destino; hay mujeres fuertes y hombres ensimismados; siempre hay citas musicales, bares y referencias jazzísticas.

Por eso hay lectores que lo encuentran superficial o repetitivo. Lo que sucede es que Murakami avanza en espiral, en cada libro toca los mismos puntos, ampliando su eje y su perspectiva. Regresa, da la vuelta y, poco a poco, va construyendo una historia tejida en todos sus libros.

Como él mismo escribe en «Al sur de la frontera, al oeste del sol»: «Cuando escuchaba concentrado y con los ojos cerrados, podía ver cómo, del eco de esa música, nacían diversas espirales. Surgía una espiral y, de esa espiral, surgía otra distinta. Y la segunda espiral se entrelazaba con una tercera. Y esas espirales, vistas con los ojos del presente, poseían una cualidad conceptual y abstracta [...] pero no era algo que pudiera contarse a otra persona con las palabras que yo usaba entonces [...] y ni siquiera sabía si lo que sentía era digno de ser expresado con palabras». Así es la obra de Murakami, espirales que crean nuevas espirales, volutas de humo que se escapan en cada lectura.

Por eso, para el autor venerado por los jóvenes japoneses, la construcción de realidades paralelas tiene especial importancia. Haruki Murakami ve la realidad como algo inasible, que sólo puede conocerse a través de un «espejismo» o realidades colindantes, como él las llama. Él juega a las imágenes de Alicia en el espejo, donde se habita el otro lado, el de los pecados o el de los deseos. Tanto en «Sputnik, mi amor» como en «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» y hasta en «Tokio blues», hay personajes sumergidos en pozos que conectan con realidades alternas (¿reales, mágicas, inconscientes?) del personaje.

Escribe en «Tokio blues»: «Si pensaba que habían ocurrido de verdad, me parecía que habían ocurrido de verdad; pero si pensaba que eran una fantasía, entonces me parecía que habían sido una fantasía. Para ser una ilusión, los detalles eran demasiado precisos; para ser reales, éstos eran demasiado hermosos». Una vez que se comprende esta vida paralela de la realidad, es más fácil comprender el terreno que, como lectores, enfrentamos ante las obras de Murakami.

En su literatura no hay kimonos, bonsáis o ninjas. Pero tampoco hay una «reverencia», como dicen algunos de sus críticos, a la cultura «occidental». El estilo que Murakami elige para sus textos es contemporáneo, en el sentido que utiliza múltiples formas narrativas en sus novelas. Aunque están narradas en primera persona, mezcla diferentes estilos textuales. «Sputnik, mi amor» está construido a través de escritos y narraciones de sueños de un personaje en una especie de diario. «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» usa títulos de periódicos, cartas y mensajes de computadora y chat. Además, narrada en diferentes tiempos, alterna estas realidades superficiales con temas delicados como la guerra entre China y Japón, los horrores, las torturas, las pérdidas.

Sus historias tienen un aire ligero y juvenil porque, por un lado, transcurren en un ambiente universitario donde los protagonistas son estudiantes o profesores, pero además por su enorme amor al jazz -herencia de cuando fue dueño de un club y formó una colección de más de 7.000 discos. Esta herencia la ha traspasado a sus libros, empezando por los títulos. «Al sur de la frontera, al oeste del sol» es una canción de Nat King Cole; «Norwegian wood», (título original de la novela que en México se llama «Tokio blues») es una canción de los Beatles que, además, tiene una letra que sintetiza las historias de amor de Murakami: «I once had a girl or should I say she once had me.» (Una vez tuve una chica o debería decir ella me tuvo). Así son las historias de amor de Murakami: mujeres que se escapan como la arena entre los dedos y hombres a quienes la ausencia de sus amores les cambia la vida.

Si tuviera que describir las historias de Murakami elegiría estos versos de Pessoa:

Lejos de mí en mí existo

Aparte de quien soy,

La sombra y el movimiento en que consisto.

Ésa es la sensación que queda después de cualquier libro de Haruki Murakami. El personaje siempre se escapa, siempre está en movimiento, buscando algo o alguien, siempre está en fuga. Para los personajes de Murakami es más fácil encontrarle sentido a la vida buscando a alguien que aceptando la pérdida. Existen lejos de ellos mismos, se han convertido en sombras que persiguen a una mujer (¿es metáfora de la búsqueda del lado femenino del personaje o del autor?). Así, sus personajes son sombra de lo que eran cuando creían tener un amor que nunca tuvieron, o de lo que soñaban que serían si lo tuvieran... ahora sólo son movimiento, búsqueda, péndulo entre la pérdida y la añoranza.

Como él mismo escribe en «Al sur de la frontera, al oeste del sol»: «El principal problema era que me faltaba algo. Que en mí, en mi vida, había un vacío. Una parte perdida. Una parte hambrienta, sedienta».

«La mariposa parecía una persona que, en plena búsqueda, hubiera olvidado qué estaba buscando» escribe, en este mismo sentido, en «Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo». Así son sus personajes, perdidos por una búsqueda que ya no comprenden. Hambrientos, dando pasos sin conocer su rumbo. Se han perdido a sí mismos, y lo enfrentan como una muerte: «La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida [...] Es una realidad. Mientras vivimos, vamos criando la muerte al mismo tiempo». («Tokio blues»).

Entonces, como veíamos, la obra de Murakami es una espiral que avanza y crece en cada uno de sus libros, vuelve a contar lo mismo desde otra anécdota que se parece pero es distinta. La literatura en espiral de Murakami desprende al lector de las máscaras de la vida real: mientras más se lee, más se siente perdido. ¿Cuál es el precio de lo que queremos?, ¿qué tan lejos podemos ir para encontrar lo que buscamos?, ¿estamos dispuestos a pagar el costo emocional de nuestros anhelos sin garantía de obtenerlo a cambio?

Algunos lo ven como un autor que se mueve sin esfuerzo en una superficie materialista y yuppie, pero bajo esa superficie, dentro de la espiral, está la soledad.

Leer a Murakami puede ser desestabilizador. Deja inquieto al lector, con una sensación de vacío y una pregunta clavada en el pecho: ¿Qué debería estar yo buscando?, ¿qué es lo que yo persigo?, ¿hacia donde gira mi espiral?, ¿cuál es el costo de lo que busco?

Murakami es un autor en espiral pero, ¿qué hay en el centro de esa literatura en caracol? Un hombre solo. O más bien: La Soledad. La de todos, la de cada uno.

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