Inician el mayor estudio sobre esta maravilla del mundo
La gran muralla China se somete a un chequeo
Este mes de abril, el Gobierno de Beijing iniciará la que será la mayor investigación sobre la Gran Muralla. Estudio que se prolongará durante dos años y que tratará de averiguar, incluso, cuánto mide realmente esta construcción.
Joseba VIVANCO
El Muro de los 10.000 li». Así es como los propios chinos conocen a la Gran Muralla, y todo porque cada «li» equivale a 500 metros y se calcula que la distancia de esta enorme barrera es de 6.700 kilómetros, aunque ni siquiera se sabe con exactitud. Conocer esa medida es sólo uno de los interrogantes que la Administración China de Herencia Cultural y la Oficina Estatal de Cartografía quieren despejar en el marco de un ambicioso estudio sobre esta obra incluida entre las Siete Maravillas del Mundo. Tras revisar en 2005 la altura exacta del monte Everest, ahora le toca a la Gran Muralla.
Esta iniciativa parece responder al repentino interés de los gobernantes chinos por salvaguardar un preciado bien cultural, catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987 y que hasta el pasado otoño no contaba con ninguna norma de protección en su propio país. Hace dos años, cien metros de la muralla sucumbieron al paso del pavimento de una carretera y una multitudinaria fiesta rave causó graves daños en el monumento. Las visitas turísticas no autorizadas a zonas de la muralla y la amenaza de los graffitis y pintadas, han sido dos peligros más de la globalización que las autoridades han querido atajar a base de fuertes multas a quien dañe lo, por otra parte, poco que queda de la histórica construcción iniciada por la dinastía Qin en el año 221 antes de Cristo. Se calcula que del trazado original sólo queda en pie un 20%; otro 30% lo está en malas condiciones, y el resto casi ha desaparecido por completo -hasta el mismísimo Gengis Khan puso su granito en ello-. Y es que esta desprotegida joya del patrimonio mundial no se libra ni de los expoliadores que utilizan sus piedras y ladrillos para construir viviendas como legado tardío del régimen de Mao y sus aspiraciones autárquicas.
Todo comenzó hace más de 2.000 años
Hacer frente a las incursiones de los temidos bárbaros hace más de dos mil años. Ese fue el origen de la construcción de esta barrera que inició la dinastía Qin -cuyo emperador era protegido por los conocidos guerreros de terracota descubiertos en 1974- y que consistió en restaurar muros anteriores originales de la época de los Reinos Combatientes. Los 4.800 kilómetros que él delimitó, otra dinastía, la de los Han, los alargó hasta el desierto del Gobi, ya en Mongolia, para atajar la expansión de los hunos de Atila. Pero fue la dinastía Ming, enfrentada a los mongoles, la que introdujo varios siglos más tarde los ladrillos que hoy conocemos y la que verdaderamente definió la silueta que ahora queda, porque hasta entonces el muro estaba hecho de tierra batida. Fue hacia 1644, con la llegada de la dinastía Qing, con la que se pone fin a las obras y comienza su paulatino abandono, en total, esos calculados 6.700 kilómetros que separan, arbitrariamente, las tierras aptas para la agricultura de las que sólo se dedicaban al pastoreo.
Voltaire le concedió una categoría superior incluso a la de las pirámides de Egipto. John Barrow, fundador de la prestigiosa Royal Geographical Society de Londes, aseveró en su día que con los materiales empleados en su construcción se podría elevar un muro que diera diez veces la vuelta a la Tierra por la línea ecuatorial.
Asombró a Europa, no a Asia
Curiosamente, como escribe la directora de la Escuela de Estudios de Asia Oriental, Dolors Folch, en un artículo en la revista ``Historia'' de National Geographic, aquella titánica construcción no debió de sorprender a los autores históricos de la época porque apenas le dedicaron un par de líneas antes del siglo XIII. Ni siquiera el propio Marco Polo la menciona. Fue a partir del siglo XVII cuando los libros europeos, que no los asiáticos, comienzan a forjar su esplendor. Y fueron sus imágenes llegadas de la mano del jesuíta Athanasius Kircher en su ``China ilustrada'' las que ligaron de manera definitiva China a la imagen de la Gran Muralla
Reverenciada en Occidente, no tan bien vista en el propio país anfitrión. Según desvela Dolors Folch, «símbolo tanto del despotismo y crueldad como del fracaso mismo de las dinastías que la habían levantado, la Gran Muralla fue labrándose en la literatura popular una reputación de dolor y muerte». Evidencia de ello son los templos dedicados en su trazado a la figura de Meng Jiang, una joven viuda que, la leyenda cuenta, perdió a su esposo condenado a trabajar en la muralla y a la que sólo su llanto le devolvió su cuerpo sin vida al desplomarse todo un tramo del muro. Hijos arrancados de sus familias, esqueletos de decenas de miles de muertos mezclados con los cimientos de la magna obra... Se dice, aunque quizá sea otro mito más, que la quinta parte de la población china contribuyó en diferentes épocas a la construcción de la Gran Muralla.
Si los terrícolas podían ver los llamados canales de Marte, era lógico que los marcianos pudieran ver la Gran Muralla China, la mayor construcción jamás emprendida por el ser humano. Quizá esa creencia fue la que llevó a un escritor viajero, Richard Halliburton, a escribir en 1938 el libro ``Second Bool of Marvels'', en el que afirmaba que el vasto muro que surca miles de kilómetros en territorio chino era la única construcción humana visible desde la Luna. Una aseveración fraguada como verdad con el paso del tiempo, que incluso juegos tan populares como el ``Trivial'' elevan a categoría de `verdadero' y que para nada responde a la verdad. Es más, hablamos de una muralla de apenas una anchura mayor que una carretera -un ojo humano es capaz de ver un objeto de unos 10 metros a una distancia de 36 kilómetros-, del mismo color del suelo que la rodea y que ni siquiera el novedoso buscador Google Earth lo tiene fácil para dar con ella.
En la enciclopedia Wikipedia podemos encontrar una amplia argumentación de cómo desde el propio Neil Armstrong a los `residentes' de la Estación Espacial Internacional (ISS) confirman que contemplar desde el espacio a ojo desnudo la Gran Muralla es imposible. Ni siquiera el taikonauta chino, primero en la historia, Yang Liwei atestiguó haberla visto en su vuelo orbital en octubre de 2003, y eso que era uno de sus cometidos. Incluso el Ministerio de Educación chino ordenó la revisión de los libros de texto que hicieran referencia al tema.
El astronauta William Pogue creyó haberla visto desde el Skylab IV (1976), aunque se percató de que lo que observaba era el Gran Canal de China, próximo a Beijing; sí contempló la Gran Muralla, pero con binoculares, como podía ver otras `proezas' humanas. El citado Neil Armstrong, primer humano en pisar suelo lunar, comentó: «No creo que, por lo menos con mis ojos, hubiera alguna construcción humana visible para mí. No he conocido a nadie que me haya dicho que ha visto la Muralla China desde la órbita terrestre (entre los 160 y 320 kilómetros por encima de la Tierra). Le he preguntado a mucha gente que ha orbitado otras veces sobre China durante el día en la Estación Internacional, y aquéllos con los que he hablado no la han visto».
Otros, como el veretano astronauta Eugene Cernan, defienden que es posible verla sin mediar instrumentos. Hasta el satélite Proba de la Agencia Espacial Europea, que orbita a 600 kilómetros, captó en mayo de 2004 la imagen de un segmento de dicha construcción. Pero hace sólo unas fechas, un grupo de investigadores del Instituto de la Fotoelectricidad de la Academia China de las Ciencias aclaró que puede ser divisada por satélites, pero no por el ojo humano.
50.000
euros es la multa máxima que desde finales del año pasado imponen las autoridades a quien organice actividades comerciales en los tramos de la muralla cerrados a los turistas o realice pintadas o graffitis como los que abundan en las zonas más visitadas.