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CRíTICA cine

"El buen pastor"

Koldo LANDALUZE

La espera para ver la segunda experiencia detrás de la cámara del polifacético Robert De Niro ha merecido la pena. «El buen pastor» supone una obra de obligada visión para aquellos que quieran adentrarse en la trastienda de la CIA; un cuarto oscuro y silenciado, construido desde el mismo instante en que la paranoia norteamericana quiso blindar sus fronteras finalizada la segunda Guerra Mundial. El reto asumido por el autor italoamericano ha sido titánico si se tiene en cuenta que la narración abarca los orígenes de la agencia y culmina con las nefastas consecuencias que legó el desastre de Bahía de Cochinos.

Mediante un tono pausado y sin fisuras, el filme alterna pasado y presente hasta componer -utilizando como excusa y detonante de la trama la presencia de un topo en las altas instancias de la CIA- un mosaico ideológico repleto de matices sutiles en los que queda aclarado el código de conducta que rige los designios de la agencia y, por extensión, del país al que protegen. En el organigrama de la CIA no hay espacio para las disonancias; todo funciona a partir de tonos monocordes y una base ideológica cuya aparente simplicidad es su principal virtud. Tal y como evoca la imagen que transmite en todo momento un excelente Matt Damon, los agentes son espías con apariencia de oficinistas. Tipos grises que, en cuanto cruzan puertas camufladas, adquieren su verdadera dimensión. Ellos son la mano que mece la cuna del mundo.

Para dar una dimensión del poder y la vulnerabilidad de este aparato logístico gubernamental, De Niro retrata un modelo de conducta que nace en las entrañas universitarias. Las sociedades secretas, tipo Huesos y Calaveras, resumen el ideario de aquellos que, seducidos por el poder y sabedores que sobre sus espaldas recae la obligación de preservar el modelo de vida norteamericano, serán reclutados para llevar a cabo la tarea sucia que implica mantenerse en la cima del mundo. Matt Damon es un elegido, su inmutable apariencia contrasta con el ingenio y la falta de escrúpulos que sacará a relucir cuando la Guerra Fría así lo indique. Fueron los días grandes de la agencia, un momento histórico irrepetible que cayó, como un castillo de naipes, tras el varapalo de Cuba.

Retomando un estilo espartano que podría remitirnos a aquella excelente adaptación televisiva que la BBC hizo de la novela de John Le Carré «El topo» («Calderero, sastre, espía»), el autor de «Una historia del Bronx» teje una compleja tela de araña en la cual priman los seudónimos, las reuniones clandestinas y los interrogatorios. Del poder a la miseria sólo media un paso y el personaje de Damon -compendio de otros muchos que optaron por el riesgo que conllevaban sus cargos- pagará su obligada cuota a Mephisto cuando asuma su desastre familiar.

Tal y como cabría esperar de una obra de estas características, el filme incluye una amplia galería de personajes y situaciones que requieren del espectador toda su atención. El argumento y los constantes flash-backs obligan a que Damon gobierne en solitario la película. A su alrededor se cruzarán personajes que, como en los casos de Angelina Jolie, Alec Baldwin o el propio De Niro, sirven para dar una dimensión exacta del protagonista. Merece la pena este esfuerzo por parte del espectador, porque han sido muy contadas las ocasiones en las que el cine ha indagado con tanto acierto en las entrañas de una organización que ha hecho del mundo su particular tablero de ajedrez.

Ficha

Director: Robert de Niro.

Guión: Eric Roth.

Intérpretes: Matt Damon, Angelina Jolie, Alec Baldwin, John Turturro.

Producción: Francis Ford Coppola, David Robinson, Guy McElwaine y Chris Brigham.

Fotografía: Robert Richardson.

Música: Marcelo Zarros y bruce Fowler.

País: EE.UU., 2006.

Género: Intriga, drama. Duración: 160 minutos.

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