Duelo en el mundo de la música por la muerte de Rostropovich
Mstislav Rostropovich, el más célebre violonchelista del mundo y considerado uno de los más importantes intérpretes del siglo XX, para quien escribieron obras compositores como Shostakovich o Prokofiev, falleció ayer en Moscú a la edad de ochenta años. Había sido hospitalizado hacía unos días en un centro oncológico, aunque ya llevaba varios meses con problemas de salud después de sentirse enfermo en diciembre, en el transcurso de una gira.
GARA | MOSCÚ
El 27 de marzo pasado, Rostropovich pudo acudir al homenaje que le tributó el Kremlin con motivo de su octogésimo cumpleaños. En el transcurso del acto, que a la postre sería su última aparición pública, fue galar- donado con el premio más prestigioso de Rusia, el de Servicios Distinguidos a la Patria.
La noticia de su muerte llegó ayer por boca de su portavoz, Natalia Dollezhal.
Nacido en Bakú, en la entonces república soviética de Azerbaiyán, en 1927, Mstislav Leopoldovich Rostropovich inició su formación musical a los cuatro años, a los ocho ingresó en el Conservatorio de Moscú y a los quince ofreció su primer concierto. A lo largo de su vasta carrera, obtuvo reconocimiento internacional como director, violonchelista y pianista, en esta última faceta, acompañado de su esposa, la soprano Galina Vishnevskaya.
Durante sus años de mayor gloria en la URSS, que le valieron la concesión del prestigiosísimo Premio Lenin, estrenó con su violonchelo obras compuestas expresamente para él por algunos de los más importantes compositores rusos, como Shostakovich y Prokofiev.
En 1961 comenzó su carrera como director de orquesta.
En 1968, tras la intervención soviética en Checoslovaquia, conoció al escritor Alexander Solzhenitsyn, a quien empezó a apoyar moral y económicamente, lo que le acarreó importantes problemas con el Gobierno, hasta que en 1974, después de obtener el premio de la Liga Internacional de Derechos Humanos, anunció que no volvería a tocar en la URSS hasta que hubiera completa libertad creativa.
Durante su etapa en el extranjero, empezó dirigiendo, entre otras, las orquestas de Boston, Los Angeles, Chicago y Nueva York; más adelante, hizo lo propio con orquestas europeas, como las de Londres, París y Berlín. En 1977 fue nombrado director musical de la Orquesta Nacional de EEUU.
En 1978 fue desposeído de su nacionalidad soviética. En 1990, en plena Perestroika, fue invitado a actuar en la URSS, ocasión que aprovechó el Gobierno de Gorbachov para «rehabilitarlo».
Desde entonces su vida transcurrió entre Rusia, Europa Occidental y Estados Unidos. En estos años se dedicó a ofrecer una media de treinta conciertos benéficos al año, muchos de ellos en favor de un hospital infantil dependiente de la Fundación Vishnevskaya-Rostropovich.
Recibió numerosos galardones y distinciones, desde el Príncipe de Asturias de la Concordia al Premio Imperial de las Artes Japonesas. Era doctor honoris causa en cincuenta universidades y embajador de buena voluntad de la Unesco.
Bien como intrumentista o como director, Rostropovich actuó prácticamente en todo el mundo, también en Euskal Herria. Especialmente recordado es el concierto que, al frente de la Orquesta Sinfónica del Estado Ruso, ofreció en el Euskalduna en mayo de 2001.
«Rostropovich llegó a lugares del mundo a los que ni siquiera han llegado Beethoven o Bach, y eso no hay que olvidarlo», destacó ayer el compositor bilbaino Luis De Pablo al conocer la noticia del fallecimiento del violonchelista y director ruso. «Fue un hombre que se produjo en todos los lugares donde la música peor o mejor llamada clásica occidental tenía un valor, un sentido», añadió.
Para Luis De Pablo, Rostropovich fue un violonchelista «extraordinario», que, además, dedicó una atención muy especial «a la música de nuestros días». Recordó, en ese sentido, que eligió a compositores como Cristóbal Halffter para encargarles piezas. «Era un artista que se sentía de alguna manera en la música de su momento, la que él prefería; eso es algo que no sucede con gran frecuencia», apuntó.
El compositor agregó que Rostropovich fue un artista «muy implicado con el tiempo en el que le tocó vivir», también en lo social. «Muchos intérpretes se implican socialmente -dijo-, porque saben que, de alguna forma, tienen que devolver lo que la sociedad les da».
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