Raimundo Fitero
Realismo
A hora mismo no pondría mi mano izquierda en el fuego pero a veces la realidad nada tiene que ver con el realismo, aunque el realismo siempre intente parecerse a la realidad. Seamos realistas: en las comisarías, cuartelillos y cuarteles se tortura. Podemos hacer un gran esfuerzo, exprimirnos nuestros buenos sentimientos, borrarnos la historia reciente, la memoria histórica incluso, pensar en verde, azul o en negro, creer que la democracia es eso que se proclama y no lo que se vive cada día, engañarse con los mantos de las buenas intenciones y llegar a una conclusión idiota de que las policías son democráticas, que utilizan la fuerza de manera controlada, que las películas y series que vemos en televisión son la norma, pero siempre llegará un vídeo, una cámara oculta para volvernos a la realidad y a reclamar realismo en todas las apreciaciones y considerandos.
En el mismo día se produce una sentencia vergonzante para exculpar a unos picoletos, o miembros de la Benemérita de ellos mismos, que simplemente por el espectáculo que han dado acudiendo disfrazados a declarar al juicio ya deberían ser expulsados de cualquier colectivo democrático, pero que además abusaron, apalearon, maltrataron y mataron a un campesino que parecía ir cargado de cocaína. La sentencia es demencial y lo dijo un abogado: «se ha abierto la impunidad para matar a palos a cualquiera que entre en un comisaría habiendo consumido cocaína». Así es la realidad.
Mientras veíamos gritar a los familiares del hombre asesinado clamando justicia, nos ofrecían las imágenes de cuatro mossos de escuadra en un acto vil, apaleando cobardemente a un detenido. Se nos quiere vender esta situación como excepcional pero la convicción universal es de que se trata de escenas cotidianas. Eso sucede con asiduidad y quien no está dando palos, los está consintiendo o encubriendo. Los «valientes» policías, cuando están cuatro armados, contra uno atado, se sienten rambos. Es su adoctrinamiento y su vocación, por eso son socialmente gente sin sitio. Su violencia es estructural, una técnica más. Después llegan los forenses para colocar eufemismos miserables de realismo sucio. Y los jueces terminan la infamia con sentencias cómplices.