Esperando el milagro
«Optimistas» «La última cena» A golpe de machete
Goran Paskaljevic llegó a ganar la Espiga de Oro en la última edición de la Seminci de Valladolid con esta reflexión sobre el optimismo, inspirada libremente en la obra titulada «Cándido», de Voltaire. A lo largo de cinco episodios, independientes entre sí pero todos ellos con el común denominador de la presencia del actor Lazar Ristovski, Paskaljevic traza su particular mirada pesimista sobre la situación de Serbia a raíz del desmembramiento de la antigua Yugoslavia.
Es su particular protesta cinematográfica, su manera personal de salirse voluntariamente del rebaño de borregos que necesita creer que la nueva democratización europeísta cambiará las cosas para bien. El primer y el último episodio son los que trazan una alegoría más clara sobre dicha encrucijada histórica, en cuanto reflejan la desesperación que lleva a agarrarse a un clavo ardiendo en la búsqueda de cualquier futuro posible.
Mediante un humor negro muy característico del autor de «El polvorín», en ambos relatos cortos Lazar Ristovski adquiere la figura de un falso salvador, una especie de gurú mesiánico dispuesto a guiar al pueblo perdido en el camino hacia la tierra prometida. Así, en medio de unas terribles inundaciones, el actor aparece como un hipnotizador capaz de aliviar el dolor y devolver la esperanza a los que lo han perdido todo bajo las aguas, para finalmente ser descubierto como un ser delirante que se ha escapado de una institución mental. Por último, ya lo vemos convertido en un vulgar estafador, un personaje sin escrúpulos que organiza viajes a un Lourdes imaginarios con enfermos dispuestos a todo con tal de conseguir la curación, incluso a bañarse en una charca formada con las aguas residuales de una cantera abandonada. Así deja a sus personajes Paskaljevic, revolcándose en el lodo a modo de regresión a la infancia, a un pasado que seguramente no fue peor, devorados ahora por la incertidumbre.
La del recordado cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea es una de las películas que mejor plasma el papel fundamental desempeñado por la religión como elemento colonizador, mucho más en el caso de la cristianización que llevó consigo la conquista de América a manos de los españoles. El director de «Fresas y chocolate», que nos dejó hace once años tras una larga carrera fílmica de seis décadas, se basó en un hecho histórico ocurrido en un ingenio azucarero cubano del siglo XVIII, gobernado por un rico hacendado venido de ultramar. Fiel a su procedencia de un estado católico, impuso a sus esclavos la recta observación de la liturgia, especialmente durante la Semana Santa, periodo en el que transcurre esta reconstrucción cargada de simbolismo.
La conocida iconografía religiosa de la Pasión de Cristo se vuelve finalmente contra el poder que pretende utilizarla en su beneficio, de acuerdo con los postulados de la Teología de la Liberación que preconizan una interpretación del Evangelio desde la pobreza. La memorable secuencia central protagonizada por un convincente Nelson Villagra, que ocupa casi una de las dos horas que dura la película, se ocupa de la exhortación que ese amo hace a sus siervos a favor del sufrimiento como forma de redención, dentro de una oratoria clasista y explotadora únicamente interrumpida por quien representa a Judas entre los doce apóstoles sentados a la mesa. Precisamente será él quien encabece la posterior sublevación, al comprobar al día siguiente que su sermoneador no respeta la festividad posterior a la cena de Jueves Santo. El capataz les obligará a trabajar y la respuesta será su muerte violenta, dando lugar a una persecución que culminará con las cabezas de los esclavos clavadas sobre unas picas en torno a la cruz, a excepción de la del líder del levantamiento, erigido ya en el liberador de su pueblo y dispuesto a que el sacrificio de los suyos no haya sido en vano.