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Iñaki Munduate Etxarri

Mi abuelo era de ANV

De un pueblecito cercano a Estella. En su tienda colgaba el cartel: «Ardo ona» y su amistad con uno de los más carismáticos líderes abertzales de la zona fue suficiente. Lo persiguieron al comenzar la guerra, y escapó a Urbasa intentando pasar a Gipuzkoa. Tras días de hambre y frío al intentar adquirir pan, la mujer que se lo vendió le delató. En algún lugar, a las faldas del monte, le hicieron cavar su tumba y lo fusilaron. Los primeros en firmar su sentencia, sin juicio previo ni cobertura «legal», fueron el cura del pueblo y otras «almas». A esto siguió la pérdida de propiedades para su viuda y cuatro hijos de 1 a 8 años de edad, y por lo tanto el destierro al acabar la guerra. A pesar de todo, mi madre alcanzó estudios universitarios que la hicieron educadora, pero arrastró su «ilegalidad» para la función pública hasta los años 60 por ser «hija de». En los 80 alguien nos hizo llegar «discretamente» la posible ubicación de sus restos. Se exhumaron y pusimos una placa en su lugar de descanso. A mí se me privó del derecho de conocer a ese abuelo, y me he tenido que conformar con una foto y muchas historias.

Durante todos estos años, he asistido a la ausencia de condenas e impunidad con la que salieron los autores y herederos políticos de aquellos crímenes. Ahora asisto a un inesperado retorno «tangencial» de todo aquello por la posibilidad de que ese punto de encuentro de ideas nobles que fue y es ANV se coloque en el punto de mira de otro batallón, esta vez jurídico-político-mediático, de carácter ilegalizador. Dicen haber examinado con lupa a la formación. Y pienso: ¡Por fin, que bien! Sí, que la examinen con luz y taquígrafos de una vez por todas, incluyendo a sus integrantes desde los años 30 hasta hoy. Y que hagan público todo lo observado. Nos harán un gran favor, sobre todo a sus nietos. Pero me temo que evitarán ese episodio de la historia, simplemente pretenden que esa memoria colectiva no resurja.

Llevamos 70 años «ilegalizados» en la memoria, el perdón, el reconocimiento, la indemnización, somos víctimas «ilegales». Invisibles para instituciones, partidos, fundaciones. Inexistentes para directores, asesores y comisionados de atención a otras víctimas. ¿No se dan cuenta de que no tiene sentido ilegalizar lo ilegalizado? Simplemente, déjennos descansar en paz. Zurekin aitona, bihotz-bihotzez.

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