El director Nicholas Hytner ha sido también el encargado de la puesta en escena de la versión teatral, por lo que conoce muy a fondo esta premiada obra. Es, además, un habitual colaborador del autor, ya que adaptó al dramaturgo Alan Bennett con éxito en la oscarizada «La locura del rey Jorge». Si en aquella ocasión ambos se apoyaban en la impecable interpretación de un veterano actor inglés como Nigel Hawthorne, en esta oportunidad el mérito corresponde en gran medida a Richard Griffiths, que asume la difícil caracterización de un profesor con tantos kilos como simpatía.

Es un docente atípico, de esos a los que los padres odian y los alumnos adoran, porque se salta el programa de estudios e imparte clases de un modo nada convencional. Baste decir que para enseñar historia utiliza métodos divertidos, que incluyen el visionado de películas, sobre todo de musicales. Este último detalle tiene que ver con su personalidad y unas inclinaciones sexuales un tanto ambiguas, por cuanto es un convencido del placer de la cultura transmitida de adultos a menores sin ningún tipo de trabas, tampoco las que atañen a un contacto más físico y directo.

En concreto, le gusta pasear a los chicos en su motocicleta y apretarse contra ellos, no vaya a ser que se puedan caer en marcha. Ni qué decir tiene que su pedagogía liberal no es compartida por la directiva del colegio de segunda enseñanza y el resto de colegas, confrontado con uno más joven que prefiere ser más pragmático y preparar a los chicos para superar los exámenes de entrada en prestigiosas universidades como Oxford o Cambridge.

Es un debate en sentido retrospectivo sobre la enseñanza, que se dio de manera bastante virulenta en los años 80 en los que transcurre la película, aquellos en que Inglaterra estuvo gobernada con mano de hierro por Margaret Thatcher. Hubo una vuelta a la tradición tan british de «la letra con sangre entra», que fue respondida, sin embargo, por educadores que no creían en tales postulados autoritarios. Alguno de esos opositores, como el bueno de Héctor, podría ser visto ahora como la versión moderna del apreciado Mr. Chips.