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Giovani Giacopuzzi Periodista italiano

Algunas ideas sueltas (contaminadas)

No me sorprende lo que está pasando en el Reino de España con respecto a la República de Euskal Herria. Creo que así se definirían estas dos comunidades si quienes viven en Euskal Herria pudieran decidir libremente. ¿Y cómo puede sorprender si la ola de la cultura franquista no ha tenido, ni culturalmente, ni políticamente, una roca que cortara su viaje? El gusano chovinista de sentirse enviados por Dios, ser grandes, ser uno, ya pastaba en la guerra civil.

Hay una anécdota que ha pasado desapercibida en la reconstrucción histórica de ANV. Es cierto que fue la primera manifestación vasca de una cultura de izquierda independentista organizada, y que se sumó con hombres y mujeres a la lucha contra el franquismo. Pero ANV fue expulsada del Frente Popular porque era independentista. O sea, que lo de «mejor una España de cualquier color que rota», había sido asumido por los dos bandos. No importaba si esa independencia no provocaba muertes, ni heridos, ni pogromos, ni cárcel, ni exilio, ni dictaduras. Lo importante era la idea divina de España.

De ahí la Reforma, el Pacto de la Moncloa, el artículo 8 de la Constitución, la Audiencia Nacional, la ilegalización de partidos independentistas, el cierre de periódicos, los encarcelamientos por delito de opinión, las torturas, las guerra «sucia» y «limpia». Quienes dicen que esa cultura cuartelera se debe a la existencia de ETA y las muertes que ha provocado niega la historia. A lo sumo, la existencia de la lucha armada ha servido para practicar una política basada fundamentalmente en la instrumentalización de las víctimas de la lucha armada. Me parece natural que las muertes provoquen resentimientos que influyen en la perspectiva social de quien lo padece. Y que hay que tenerlo en cuenta. Pero cuando llega a ser el «único» motivo para sustentar tesis políticas, como lo están haciendo partidos españoles y vascos, evidencia una voluntad mistificadora.

Con esas premisas ¿cómo puede sorprender la creación del concepto contaminador? ¿Cómo puede sorprender que 83.500 personas y sobre todo los 11.000 candidatos con la izquierda abertzale, que viven en Euskal Herria, sean considerados untori, aquellos que en las creencias populares instauradas por el poder, como lo describió Alessandro Manzoni en su «Promessi sposi», contaminaban de peste a la población? En definitiva, parafraseando a Koldo Izagirre, firmar para un partido cualquiera no es lo mismo en Alicante que en Euskal Herria. En Alicante, conseguido el objetivo, se puede hacer una fiesta, en Euskal Herria, a la hoguera. Aunque esa lista o partido o lo que sea se amolde a la ley liberticida que es La ley de Partidos. Lo mismo que si a alguien se le ocurre, por cualquier motivo, cargarse un cajero automático o pintar una sede de un partido político. En Alicante será una gamberrada, en Euskal Herria una «acción terrorista». Por ahora, tomar una vino en Alicante y en Euskal Herria tienen la misma jurisprudencia, aunque el poteo en Euskal Herria sea sospechoso...

Lo de contaminar no es nuevo. Sólo que ahora se ha ratificado como un concepto jurídico en el Reino de España. Un poco de memoria histórica, -concepto maldito- en estos años de reforma franquista y veremos que desde los okupas hasta las movilizaciones obreras en cualquier ángulo de la Península ibérica, la contaminación batasunera, jarraiera, rojo-separatista en definitiva, es una constante. Como si el querer vivir la juventud de manera comunitaria, mirando más a lo social que a lo efímero, luchar contra la explotación, en defensa del puesto de trabajo, por un trabajo digno, por la solidaridad y contra la dominación entre los mundos, fuera patrimonio cultural y político particular y no de toda la humanidad.

Y si alguien, desde el mismo corazón del poder, por ejemplo la Audiencia Nacional, pone en duda lo de la contaminación, a la hoguera también con ellos. Los de la Sala Cuarta del Tribunal especial nos podrían contar algo de esta historia. Lo dijo muy bien el Arzobispo de Recife Helder Cámara, que de cosas divinas y terrenales sabía mucho, cuando apuntó: «si doy de comer a un hambriento me llaman santo. Pero si también pregunto el por qué tiene hambre me llaman comunista». Eso del contaminador no es una prerrogativa española.

En el país donde yo vivo, la imagen del italiano chapucero pero fantasioso, amante de spaghetti y pizza, no puede contaminarse. Hasta que llegó la película «Los Leones del desierto», que cuenta la masacre y el genocidio de las tropas italianas en Etiopia, allá por los años 30. La película fue proscrita y lo es de hecho ahora. Porque, ¿cómo puede encajar la imagen del italiano que gusta de la bella vita, con la mancha del uso de gas mortífero como acción de guerra contra la población civil? ¿O las calles de Addis Abeba rodeadas por hombres ahorcados en respuesta al atentado contra el verdugo Graziani? Todavía en el país donde vivo se piensa que la mafia es cuestión del sur de Italia, cuando los capitales mafiosos son gestionados, desde siempre, por la economía del norte.

Sin embargo, volviendo a lo nuestro, lo del contaminador también tiene algo que ver, quizás «sobre todo», con lo que esos «untores» de la izquierda abertzale han hecho y pudieran hacer si les dejaran hacer política que, sin ser científico, se podría traducir en «trabajar con y para la sociedad para practicar una modelo social». Lo dijo en una entrevista uno de los contaminadores más conocidos, Arnaldo Otegi: «La cuestión es que aquí en Euskal Herria hay diversas sensibilidades. Hay quienes abogan para mantener el estatu quo institucional y social y quien como nosotros/nosotras abogamos por la independencia y el socialismo. Bien. Que ellos puedan convencer a la población vasca de que lo suyo es la propuesta política mejor y nosotros que podamos convencer a la población de que nuestra propuesta es la mejor. Que podamos democráticamente tener la misma oportunidad de convencer de que nuestra política es la que mejor complacería a la población. Eso es el acuerdo. Ni más ni menos». También, añadiría yo, que alguien tenga el derecho a convencer a la población de que es mejor «cautivar España». Sin embargo, tengo la sospecha, contaminada, de que hay algo añadido al hecho de que ese diálogo democrático non sa da fare. La presencia de la izquierda abertzale en los ayuntamientos, como en otras instituciones, contribuiría a una práctica institucional más acorde con los derechos de lo más desfavorecidos. Con un pressing constante contra la práctica especulativa y de la intromisión de los poderes económicos en el gobierno político, con una cultura de hacer política como servicio a la comunidad y no como una oportunidad de trabajo (y muchas veces bien remunerada), con el atender, con políticas de solidaridad con los componentes sociales de hecho marginados, inmigrados, gitanos, con personas que quieran elegir sus costumbres afectivas y sexuales, con los sectores juveniles que no se resignan a vivir su juventud entre play station y el pasotismo, con quien aboga por un mundo que no sea de súbditos al servicio de la «seguridad nacional» del «amo», con una cultura social menos desarrollista y más distributiva... Azkuna, alcalde de Bilbao, lo dijo claramente: que en esta legislatura ha tenido mucha tranquilidad. Por supuesto... si no hay contaminación.

Como podéis ver, yo también estoy contaminado y, además, sin darme cuenta he hecho apología. Ya sé que una información veraz no puede hacer apología. Y cuando leo periódicos o escucho televisión o radio me doy cuenta de que esa información veraz no hace apología, sino informa. Que el Rey es abuelo, que el Madrid la tiene cruda pero tampoco el Barcelona está radiante, pero también que ser novia de algún hombre tiene su riesgo, de vida; que la guerra en Irak provoca una matanza diaria y la culpa española la tiene el PP, pero con los EEUU hay que ser respetuosos, ya sabéis que con lo del amo no se bromea. Que en América Latina, Chávez, Morales y Correa son malos, han tocado los intereses económicos a «nuestras» multinacionales en las colonias españolas (que no son de capital mayoritario hispano). Hay que decirlo fuerte y claro: Colón, Cortes, Banzer y Carmona no han hecho bien el trabajo encomendado, de Castro ni hablar, mientras Uribe con sus fosas comunes... casi una joya.

Así que con este panorama, aunque se empeñen y pese a quien le pese, habrá siempre alguien en ese rincón del mundo que se llama Euskal Herria que se comprometerá a contaminar. Así lo han dicho y por lo visto hay que creerles. Porque, como en la homeopatía, hay que contaminar un poco para que el cuerpo social se refuerce. Para aceptar, en este caso, una democracia plural. Por eso la contaminación vasca compete a todos los que anhelan un mundo de justicia social, derechos y deberes con y para los otros. Mas allá del Ebro y del Adour. Negociar, dialogar entre ideas y proyectos políticos opuestos. Dialogar aceptando no buscar la negación del otro. Esa es la base de una democracia que todavía está por construir.

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