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Floren Aoiz Escritor

Una campaña muy bonita

Creo que una situación de violación de derechos, intoxicación informativa y juego sucio como la que está sufriendo la izquierda abertzale es tan grave que decir que la campaña es hermosa es una obscenidad, pero así la definía Patxi Zabaleta en una entrevista concedida a «Diagonal». Sus palabras, en todo caso, no son una excepción: la actitud de muchos políticos ante el «Guantánamo electoral» evidencia una bajeza muy preocupante en personas que toman decisiones importantes, gente que se cree en condiciones de explicarnos la democracia.

Pero, sobre todo, llama la atención la insenbilidad de algunos ante la injusticia. ¿Cómo puedes ser ajeno a una injusticia padecida por tus ex compañeros, una injusticia que tú has padecido en carne propia en tiempos pasados, y que sucede ante tus ojos? ¿Cómo consigues no verla? ¿Qué conexiones mentales o emocionales se han cortado para que te resbalen los sentimientos que antes regían tus actuaciones? ¿Qué autojustificación has sido capaz de llevar a cabo, tan eficaz que te permite argumentar que la persecución que sufren tus antiguos compañeros es responsabilidad suya?

Hay algo que se te ha roto, que se ha partido en mil pedazos, algo difícil de definir pero muy fácil de percibir. Posiblemente, aunque no quieras reconocerlo, eres tú quien se ha roto, por eso sientes tanta rabia contra los que no han seguido tu mismo camino. Quizás en el fondo los envidias porque ellos no se han roto. Necesitas que sean derrotados, para que lo que has hecho tenga sentido. Porque si al final romperse era un error tu fracaso sería rotundo, absoluto. Porque, ¿y si lo que llamabas pragmatismo y sentido común era sólo miedo y cansancio?

Mario Onaindia en cierta ocasión me hizo un comentario que he recordado en muchas ocasiones. Decía que una vez que has atravesado cierta línea caes precipitadamente ladera abajo, sin frenos. Sabía de qué hablaba, y tomé nota: a la vista está que no exageraba. Si la primera versión de EE tuvo una evolución meteórica, las repeticiones llevan camino de romper la barrera del sonido. Comienza uno rompiendo amarras argumentando que tiene diferencias con la lucha armada y al tiempo está tan obcecado en su carrera por una consejería -o alguna otra poltrona- que pese a los palos que se reparten ante sus mismas narices todo le parece bonito y maravilloso.

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