No hay fiesta popular, sea patronal o de otro tipo, que deje de incluir al menos una obra de calle en su programación. Son parte de la «salsa» del verano, aunque, por desgracia, no tengan el reconocimiento que debieran, «ninguneadas» por los medios frente a montajes que se suponen más «serios» a priori, porque detrás una obra de calle también hay mucho trabajo... y propuestas arriesgadas.

Uno de nuestros representantes más internacionales es, sin duda, Deabru Beltzak. La compañía vizcaina recala esta tarde en Leioa con «Bande Deplacée», el montaje que acaba de estrenar en el festival callejero Les Arts de la Rue de Biarritz y con el que, explica su director, Garbitxu, han decidido parar un poco para quedarse «en casa» -y con ese término se refiere al continente europeo-, para dejar a un lado los grandes viajes. Sólo habrá uno: el que les llevará en octubre a México. Percusión, fuegos artificiales... los montajes de los «demonios negros» resultan intensos, repletos de sugerencias y con una propuesta estética en la que gran parte de la «culpa» la tiene el artista Judas Arrieta, quien, en esta ocasión -quizás influido por su actual estancia en tierras orientales- y a propuesta de Deabru Beltzak, ha creado un mundo de samurais, enraizado en la estética manga y que tiene mucho que ver también con el «espíritu» del grupo. El resultado es un montaje en el que Garbitxu explica que se plasma lo aprendido en experiencias anteriores -«principalmente a limpiar los fallos», especifica-, y que en Biarritz funcionó a la perfección, como reconoce. La gente participó, «entró» en el juego... pese a que, para Garbitxu, «el público de Euskal Herria es frío. No sé si es por falta de costumbre, aunque existen numerosos festivales de teatro de calle, pero constatamos que a la gente le cuesta moverse. Se quedan como en un tercer plano».

El mundo Latirili

Catherine Marchand discrepa con Garbitxu respecto a la falta de humor de los vascos. Nos cuesta reir, «pero como a todo el mundo», apunta esta actriz y directora francesa, para quien el humor cambia según el lugar y las culturas. «Recuerdo que, en un espectáculo en Galicia (la compañía surgió en 1989 en Vigo y luego se trasladó a Euskal Herria), nadie se reía, todos estaban muy serios. Y al acabar, vinieron a decirnos lo bien que se lo habían pasado y lo que se habían reído». Se reirían, suponemos, hacia adentro. Catherine Marchand es el «alma» de Latirili -«la gente viene y se va, pero yo siempre me quedo», dice con humor-. La veterana compañía alavesa ayer estrenaba su nuevo montaje, titulado «La sopa del bebé», en Leioa, con el que dejan a un lado al público adulto y el café-teatro para adentrarse en el teatro infantil. «Igual es porque ambas (Mariana y yo) somos madres», explica Catherine, pero en esta «regresión a la infancia» inciden en un público con el que siempre, reconoce, se han sentido a gusto. «Los presos y los niños son el mejor público, el más directo, porque no tienen nada que perder», afirma. Humor y música en directo, marionetas, clown... una propuesta que, pese a su imagen naïf, no obvia tampoco el mensaje social que impregna los montajes de Latirili, aunque siempre desde el enfoque del humor. Ahora, y tras el estreno, arranca la ruta de verano, la del trabajo. En verano se trabaja; en invierno, menos. «Ser actor es un oficio y una profesión, y no pienso ponerme a limpiar escaleras. Mis más de veinte años de trabajo se tienen que valorar», reivindica Catherine.

Juegos en la calle

«Buscarse» la vida es ley de vida si se es actor, y eso es lo que hace Iñigo Iraultza, más conocido como Iru. Una vez finalizada ya la grabación de la actual temporada de la teleserie «Goenkale» -es Gorka, el personaje de muchas aristas relacionado con el embarazo de la ertzaina que interpreta Itziar Ituño- y mientras «trota» de un casting cinema- tográfico a otro, Iru nos habla del montaje que estrenará mañana su recientemente creada compañía Lapez Teatro. El título no puede ser más claro: «La danza que nos parió».

Danza-teatro interpretada por actores-bailarines en la calle, que aprovechan el «mobiliario urbano» -no nos deja adelantar más detalles- son los dos elementos básicos de una obra en la que el texto no tiene demasiada relevancia, aunque sí el juego que se propone con los espectadores. Iru explica que la idea le surgió al coincidir en una cadena televisiva con una pareja que interpretaba bailes de salón. Al actor-bailarín, que procede de la danza contemporánea y ha trabajado, por ejemplo, con Asier Zabaleta en «Babia», la «seriedad» con la que se tomaban los bailes de salón le provocó una gran curiosidad, en contraposición con el contemporáneo «en el que trabajamos -explica- más desde la emoción».

De ahí y de la idea de trabajar la cotidianidad y las emociones surgió esta obra en la que participan nueve bailarines de tendencias muy diferentes y que proponen a los espectadores que se dejen llevar por juegos, como analizar el verbo «comer»: se puede uno comer la cabeza... o comer una manzana haciendo el pino.