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«Me gustaba el riesgo, volar. Y volveré a hacerlo, aunque sea lo único que haga»

Carmen SÁNCHEZ

«LA MUÑECA DEL ESPACIO»

«La muñeca del espacio», documental dirigido por David Moncasi, llega hoy a las salas. La película nos habla de la vida de una octogenaria mágica, quien, a pesar de su ceguera, sigue conservando una vitalidad extraordinaria que le permite seguir soñando con volver a subirse al trapecio.

Iratxe FRESNEDA | BILBO

Carmen Sánchez tiene 84 años, un compañero de baile y una extraordinaria historia que contar. Fue (y sigue siendo) una gran artista de circo que recorrió Europa subida en un trapecio hasta que un accidente cambió su vida y la dejó ciega. Vive sola y hace cosas que muchos considerarían impropias de alguien de su edad. Para ella pocas cosas son imposibles. Pide que le tutee -«eso de que se dirijan a mí de usted me hace mas vieja»-, así que comienzo mi charla con la ilusión que suscita tener la oportunidad de conversar con una persona que cuenta con incontables «piruetas» en su haber. Dice David Moncasi, el director del documental, que estar con Carmen y seguirla en su día a día tiene efectos antidepresivos: ella es mejor que el Prozac.

Bona tarda Carmen ¿Cómo lo está pasando en esta tournée que le lleva de festival en festival? ¿Emocionada?

Emocionada sí, mucho. La verdad es que no paro de hablar con la gente ni de moverme de un lado para otro.

¿Cómo conoció a David Moncasi (el director del documental)?

Pues David vive, como yo, en Sitges y allí hicieron un homenaje al circo. Él acudía a la sede de la peña españolista (la del equipo de fútbol), y como yo voy muy extremada (se refiere a que viste con ropa muy sexy y llamativa), llamé su atención, charlamos y me pareció un individuo interesante. Entonces él me comentó que quería realizar un reportaje en el que se contara mi vida y yo le dije que hacía unos años me habían hecho ya un extenso reportaje para la televisión. Así que le presté el vídeo para que lo viera y me dijo: «Pues es cierto, queda poco por contar». Pero, quién sabe porqué, dos años después nos volvimos a encontrar y le invité a acompañarme en mi día a día... cociné, bailé y qué narices, se dio cuenta de que aquí aún hay gente con mucha marcha. Y así comenzó todo.

¿Ser la protagonista de un documental es algo halagador?

¡Pues claro! ¡Aquí cuando te hacen un homenaje es porque estás muerto! Como a mi marido, cuando le entregaron la Medalla de Oro en Madrid. Que te homenajeen en vida es lo suyo.

Pues ahora le toca promocionar su película. ¿Está viajando mucho?

Lástima que no hay más festivales a los que acudir. Todos me preguntan si estoy cansada y yo creo que lo hacen porque son ellos los que se cansan con el ajetreo. Ahora, también te digo que Joaquín (su compañero de «fatigas» y bailes) no es tan marchoso como yo. (Risas).

¿Qué hace para conservar ese espíritu tan joven? Bueno, lo de la gimnasia ya lo hemos visto y tenemos agujetas solamente de mirar cómo se ejercita...

(Se ríe) Me cuido mucho: la gimnasia, el baile (tres horas sin parar), hago punto, labores... Pero, sobre todo, no voy al médico y no tomo pastillas. Sabes, dicen que mis pasos son de bailarina y la verdad es que yo no me quito los tacones...

¿Y no acaba agotada? ¿No le duele, ni un poquito, la espalda?

¡Qué va! Ando como un pato mareado sin ellos. Además, si lo hago me dicen: «Carmen, no te quites los tacones, que no eres la misma».

Fue trapecista y ha pasado gran parte de su vida en el circo ¿Qué significa para usted el circo?

Es mi vida, mi ilusión. Me desvivo por ir al circo cada vez que puedo. Mis hijos, que también trabajan en el circo, se encuentran con los hijos de los que han sido mis compañeros. Es una gran familia, una forma de vida que pasa de generación en generación. Es tu vida. Sueño con el circo.

Empezó muy joven y no sin impedimentos por parte de su familia...

Sí, soy hija de pescadores. Practicaba mucho la natación y un día me vio un matrimonio circense -ella era holandesa y él catalán-, quienes dijeron que de mí podría salir una buena artista. Ése fue mi destino. Mis padres por poco me matan. Eran de esos que, cuando llegaba el circo al pueblo, decían aquello de «¡Esconded las gallinas, que llegan los titiriteros!». Pero yo insistí, les daba la lata día y noche, así que, a costa de luchar, conseguí que me dejasen ir con el circo y el resto es historia.

¿Quién le puso el nombre de «La muñeca del espacio»?

Debuté con 16 años en el Circo Olimpia y unos empresarios que habían visto mi espectáculo descubrieron que me había teñido mi melena, que la llevaba larga y rubia. Al ver el cambio de look preguntaron «¿dónde está la muñeca del espacio?» y me pidieron que volviese a ser rubia. Me quedé con «La muñeca del espacio».

¿Por qué se decidió por el trapecio?

Me gustaba el riesgo, volar. Y volveré a hacerlo, aunque sea lo único que haga.

¿Es tan dura como parece la vida del circense? Ir de un lado para otro, pertenecer a todos pero a ningún lugar...

La vida del circo no es dura para quien la ama. No hay tantos problemas como los que pueda haber en el día a día de una persona que vive una vida corriente. En el circo sólo te enteras de lo que pasa dentro, sólo vives para la ilusión del público. Pero es cierto que hay públicos y públicos, y quizá sea esta la parte más complicada. En mi opinión, el mejor se encuentra en Francia y Portugal. Son públicos que te valoran, que te hacen ver que vales. En otros lugares no sabes si realmente les ha gustado. En Sitges, mi pueblo, el público es poco expresivo, no saben demostrar sus emociones, no saben que el artista vive de su aplauso.

¿Y en qué consistía su truco para conseguir que el público la venerase?

En Lisboa, para salir a la pista había que pasar por una rampa, y yo antes de salir ya me había ganado al público. Todos los trapecistas hacemos lo mismo, pero es verdad que depende mucho de cómo lo vendas.

Estuvo casada con un payaso de la troupe de los Rudi Llata. Con él inventó un número: «El restaurante automático».

Lo inventó mi marido. Es un número en el que una máquina da de comer a las personas sin brazos. Está inspirado en la película de Chaplin.

Sus hijos también son payasos en un pequeño circo francés. Han decidido recuperar «El restaurante automático»...

Los hijos han seguido la tradición. Mi hijo pasó por una mala época, ese momento en el que la llegada de la televisión hizo tanto daño a los espectáculos. No pagaban bien las actuaciones y apenas daba para vivir, y además de artista te conviertes en muchas cosas más. Pero, por suerte, regresó mi hija de Sudáfrica y ambos volvieron a montar el espectáculo.

¿Con qué sueña Carmen?

Con qué sueño... Con muchas cosas, tengo mucha fantasía, siempre tengo la mente en batallas... ¡y ahora estoy de nuevo en el alioli! (Ríe y me pregunta a ver si sé de qué se trata y le digo que sí, que es una salsa riquísima. Entonces, ella me advierte para que tenga cuidado... que engorda).

SU SECRETO

«Me cuido mucho: la gimnasia, el baile (tres horas sin parar), hago punto, labores... Pero, sobre todo, no voy al médico y no tomo pastillas»

UNA PASIÓN

«Mis padres por poco me matan. Eran de esos que, cuando llegaba el circo al pueblo, decían aquello de `¡Esconded las gallinas, que llegan los titiriteros!'»

Estreno

Dirección y guión: David Moncasi.

Producción: Golem Distribución SL y Estación Central de Contenidos.

Fotografía: Josu Larunbe, Fernando Martín y David Moncasi.

Música original: Gat & Madish.

País: Catalunya, 2006.

Duración: 76 minutos.

Género: Documental.

el circo

«La vida del circo no es dura para quien la ama. No hay tantos problemas como los que pueda haber en el día a día de una persona que vive una vida corriente»

Pesas, gimnasia y baile a los 84 años y sin vista

David Moncasi es un veterano en el arte de contar historias. Nacido en Lleida, este periodista y reportero ha trabajado en «Línea 900» (TVE) y en el equipo de reportajes de Canal +. «Más allá de lo que ha sido su vida, queríamos mostrar su presente y decirle a la gente que queda mucha vida después de los 70 años», comenta sobre su documental. De un inicial cortometraje (premio Gran Angular de TVE) surgió el documental, que «se ha ido cociendo lentamente y cada cosa que descubría junto a Carmen me dejaba más perplejo». El documental comienza mostrando algunas de las cosas «increíbles» que hace Carmen a los 84 años y siendo invidente. A las 7 de la mañana hace pesas y gimnasia en el comedor de su casa, con la esperanza de volver algún día al trapecio si recupera la vista. Pero es también capaz de descolgar las cortinas para lavarlas, hacer ganchillo, bañarse en la playa y, sobre todo, bailar varias veces a la semana con otros jubilados.

I. F.

la muñecA

«Me teñí la melena y, al ver el cambio de look , unos empresarios preguntaron `¿dónde esta la muñeca del espacio?'Me quedé con el nombre»

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