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Carlos Tena Periodista, crítico musical

Democracia vertical

Finalizado aquel primer acto de la cobarde comedia llamada transición, un partido bautizado como UCD (que acogía a franquistas resignados, falangistas decepcionados, monárquicos entusiastas y otros arteros) gobernó con dureza y cierta mano izquierda, pero ofreciendo al exterior la insólita imagen de un Parlamento en el que se sentaban rojos y asesinos como La Pasionaria o Santiago Carrillo, además de otros deleznables personajes como Sagaseta o Letamendia. Sólo imaginarlo hoy produce una sana envidia.

En el segundo acto y final, asistimos a la llegada al poder del PSOE, que llevaba en su seno no sólo a honrados militantes provenientes de corrientes como el PSP de Tierno Galván e intelectuales variopintos, sino también a falangistas de toda la vida que cambiaron su carné del yugo y las flechas por el del puño y la rosa (hoy sólo rosa), de Marx e Iglesias (hoy condenados), en un claro pero delirante juego de trueque de ideologías, para demostrar que se puede ser comprensivo y/o tolerante con la dictadura más frenética (Barrionuevo, Corcuera, Vera, San Cristóbal, González), y declararse socialista (más bien nacionalsocialista) de cuna y abolengo como el genocida Javier Solana Madariaga, protagonistas de novela de la picaresca nacional como Alfonso Guerra, e incluso toda clase de delincuentes que hoy pasean a caballo por sus predios, adquiridos con los millones de euros conquistados durante la ocupación del poder político.

Casi treinta años más tarde, la democracia española es lo más parecido al viejo Sindicato Vertical. El Parlamento del siglo XXI semeja a las Cortes franquistas en lenguaje, maneras y objetivos. Ya se ilegalizó a los representantes legítimos de miles de vascos que llamaban alto y fuerte «¡Fascista!» a un asesino como Fraga Iribarne. Ya se han armado las tramoyas para que independentistas de otras áreas geográficas puedan hablar únicamente dos minutos (oh, libertad, igualdad) cualquiera que fuere el tema en discusión. Ya la mayor parte de los escaños han vuelto a ser ocupados (cosas de la ley D'Hont), legislatura tras legislatura, por representantes del olvido del terrorismo de Francisco Franco, la iniquidad, la violencia legal, el aplauso al crimen organizado (Bush, Aznar, Blair), la bendición del genocidio contra la humanidad y el zapateado sobre la justicia y el derecho, desde los tribunales ordinarios, la Fiscalía General de Estado (que se pone del lado de los que mataron al periodista Couso) hasta el Supremo y el Constitucional, cuyos miembros, aplicando lo que se estudia hoy en las universidades, deberían dimitir en bloque por algo tan simple como la prevaricación en sesión continua.

Hoy, la justicia española, como la checa, la polaca o la italiana, forman parte de un esperpento, de una ópera bufa en que los únicos castrados en escena no son artistas del bel canto, sino eunucos voluntarios que interpretan los papeles protagónicos, mientras el público asiste al espectáculo sin saber otra cosa que «como se mueva en dirección contraria, ni sale en la foto, ni regresa a su casa sano y salvo».

La democracia ha sufrido, en esa Nación sin Ley que es España, una agresión bestial en estos primeros treinta años sin Generalísimo, un ataque en el que el aroma de los que jamás condenarán el terrorismo de aquel régimen se impone en elecciones como las del pasado domingo. Representantes de la venganza, de la picana, de la tortura, la incultura, de la bestialidad más salvaje, reciben casi siete millones de votos. Amantes del olvido, de la cobardía, del silencio (que llaman fraudulentamente prudencia o discreción), de la manipulación mediática, de la mediocridad más supina, disfrutan de otro tanto. Otros, con diez gramos más de dignidad, gozan de su millón y pico de papeletas. Pero todos cantan letanías y aleluyas equívocas, porque sus ganancias se han dado bajo la espada de esa patéticas Democracia Vertical.

Quienes pueden celebrarlo son quienes horizontalmente han conseguido lo que se les había arrebatado. Hoy son escasos los ciudadanos que en verdad representan al electorado, porque quienes mejor pudieran hacerlo son las víctimas de la barbarie neoliberal, del paro y la privatización, de la corrupción y la falta de vivienda: esos millones de jóvenes que salen a la calle a ganarse el sustento, clamando alto y fuerte, como se debe hacer en tiempos de pistolas y golpes, que no creen en el PP, ni el PSOE, ni IU, que lanzan sus voces en el desierto de esa Democracia Vertical, porque los herederos del sindicalismo dictatorial han superado a las huestes de Franco. Los parlamentarios, consejeros y ediles, en una inmensa mayoría, huyen de la verdad, de la realidad social, para seguir en escena representando su patética comedia.

CCOO y UGT son sindicatos tan clasistas que pactan con los patrones y dueños de eso que llaman España. El currante debe ser empalado, clavado en el erial de la impotencia económica, para que contemple cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando y la hipoteca amenazando. La ceremonia de la confusión se ha programado en todo el llamado mundo libre. Y yo no tengo ni quiero invitación para esa cachupinada. ¿Democracia? Claro, en Cuba y Venezuela. Y la que viene desde Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Horizontal, igualitaria, popular.

Pero en ese obsceno primer mundo, donde la democracia es tan Vertical, tan amenazadora como una espada de Damocles, como las Cortes Generales donde un príncipe Borbón juró lealtad a Franco, los genocidas, asesinos, terroristas y ladrones tienen un paraíso asegurado. Todos saben que Esperanza Aguirre, o su comadre María Teresa Fernández de la Vega, un Sarkozy, un Blair o un Bush correrán en su ayuda para enseñarles el buen camino, eso sí, arropados por canciones de la Pantoja y una corbata de seda anudada al cuello, un pañuelo de marca y una sonrisa aprendida en las páginas del «Abc», «Alcázar» o «Pueblo», madres y padres de «El País», «El Mundo» o «La Razón».

Y aún hay que soportar que en el colmo de la desfachatez, esos castrati con voz de oveja se llamen «Su Señoría». Manda huevos.

© inSurGente

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