Celia Hart 2007/5/31. Argentina
Titularra
Fue así: Mi amigo y camarada Manolo Espinar, (ese loco de ojos enormes y limpios que le puso a su asociación el nombre irreverente de mi madre, Haydée Santamaría) me dijo hace un par de años muy calladito, como si Franco estuviera vivo: «Quiero que conozcas a Eva». Para mí no sabía si era la bíblica Eva...
(...) Nada me habló mi buen Manolo del compañero de cama de la Eva... que no era precisamente Adán... y sí el maravilloso, aventurero y hermoso Alfonso Sastre «Loco el Manolo Espinar». ¿Cómo decirme que conocería a Eva si conocería a uno de los hombres más amados por mí en toda la historia del mundo? De esos hombres que ya son difícil de encontrar, por los cuales, las mujeres daríamos los veranos por una sola de sus miradas? Esos que no dejan de escribir con oficio, sin dejar de hacer oficio, de esos, para los cuales la revolución es la única lucrativa empresa.
(...) Luego supe que era editora de la Editorial Hiru, que había sido una luchadora catalana, líder de Batasuna,y que estuvo presa, y torturada y maldecida. Y mil y una cosa más... de esas cosas más... para desalentarnos. Mas yo me la imagino igual: pálida, feliz, pensando y haciendo de este mundo, lo que quiso de seguro aquella «Eva» de la Biblia y que no logró.
(...) sólo recuerdo su envolvente palidez. Como los ángeles. Era pálida su piel, su cabello, sus ojos celestes y su sonrisa... . Era como si siempre habría algo novedoso qué hacer o decir. Eso sí siempre tenue, blanco, dulce, como si la revolución necesitara manos de nube. ¿Será?
(...) Fueron años definitorios para mí cuando conocí a Eva, años donde me regañaban por trotska. Pero Eva en aquella tardecita primera, me sonrió. No me culpó por trotskista, ni darme un solo consejo para abandonar las cosas en que yo creía... sin asombrarse siquiera. Su sonrisa fue pálida... y recordé a mi madre en aquella sonrisa.
Por ahí tengo la servilleta... igual como si estuviésemos en la clandestinidad me escribió con caligrafía impecable... «Lee a Peter Weiss».
(...) ¡No Eva!... no descanses en paz porque estamos necesitando de los muertos para empuñar el fusil y la palabra. Si ves a mi madre por esos lares (que espero que sean bien alejados de los angelitos obesos que apenas se les divisa el pene) le cuentes que conociste a su hijita y que guarda aquella servilleta con el nombre Peter Weiss. (...)
Para el amadísimo Alfonso no tengo condolencias que darle... no encontrará, ni en las pinturas más caras del mundo... la frágil y resistente claridad de su Eva... es imposible de pintar. El color de Eva no puede pintarse.
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