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Raimundo Fitero

Sin pañuelico

Sí, el consuelo atonta. Nos hemos quitado el pañuelico. De momento y como en televisión funciona bastante bien la vista atrás, el retroceso, la recopilación y el producto interior neto, debemos sacar conclusiones televisivas de las retransmisiones en directo de los encierros. En primer lugar, reconocer que a los propios de Cuatro los humos se les han ido bajando, que aquél acelerón propagandístico de los primeros días se ha convertido en un estilo más pausado, sin tanta espontaneidad y excitación dionisiaca y reconociendo constantemente muchos de los que han tenido un micrófono en la mano y unas cámaras de guardia que no tenían ni la menor idea. Podríamos decir que, al menos en cuanto a lo oral, han ido de menos a más, aunque haya sido utilizando, precisamente, menos derroche oral, menos palabras inútiles, menos oralidad superflua.

Sobre la realización, las repeticiones, el enclave de las cámaras, la oportunidad de pinchar una u otra toma, es algo que también han ido mejorando, pero que no han aportado casi nada nuevo en referencia a los clásicos de TVE, que, sí han agilizado bastante más el uso de las cámaras, y que en el soporte textual ha sido siempre más sosegado y más ajustado a la historia, al tiempo, a lo que sucede y lo que deja de suceder. Dijéramos que en TVE son más terrenales, más lugareños, más conocedores de los entresijos antropológicos. En Cuatro son más taurinos y miran con ojos de turista, para turista, buscando un espectáculo que en ocasiones no existe nada más que en las ganas de crear una supraestructura audiovisual y textual para convertir un encierro en un espectáculo más allá de sus orígenes.

Se cierne sobre los encierros una sombra debido precisamente al incremento desmesurado e incontrolable de personal que acude con intenciones televisivas. No me hablen de Hemingway, por favor, fíjense en los reportajes de las televisiones japonesas, neocelandesas o españolas para comprender que están vendiendo un producto de consumo, en donde además del sudor, hay juerga y exhibicionismo y no signos de un rito o un pastoreo obligado de las reses de unos corrales a otros.

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