Con ambición y audacia, Cristina Kirchner se encamina a la Casa Rosada
Hace tres años que el presidente, Néstor Kirchner, jugaba con la idea. Hace 20 días, la noticia se confirmó y ayer, Cristina Kirchner presentó su candidatura a la Presidencia en un acto público en La Plata.
Daniel GALVALIZZI Buenos Aires
La primera dama heredará el proyecto político que nació en 2003, con la sorpresiva candidatura de su esposo, el entonces gobernador de la lejana y patagónica provincia de Santa Cruz. Ahora, Cristina (así, a secas, como se la intentó -y con éxito- instalar en la opinión pública) se encamina a vivir tres meses de campaña electoral con todo el aparato gubernamental a su favor. Pero, ¿cómo llegó la Dama de Hierro sudamericana a estar a pocos pasos de hacer historia?
Tenaz y ambiciosa
Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner nació el 19 de febrero de 1953 en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Oriunda de una familia de clase media, pasó sus primeros años en una Argentina pendular, entre gobiernos dictatoriales y democráticos, y en la que el peronismo, al cual se adscribiría, estaba proscrito.
Durante sus estudios de abogacía en la universidad de su ciudad natal conoció al joven adusto y santacruceño que se convertiría en su compañero de vida emocional y política: el actual presidente Néstor Kirchner.
Militaron juntos en la Juventud Peronista, rama juvenil y progresista del ambiguo movimiento que lideraba Juan Perón.
Con la Junta Militar en el poder y viéndose comprometidos políticamente -si bien nunca participaron de alguna organización guerrillera o radical-, los Kirchner decidieron retirarse al sur patagónico. Allí, cosecharon una buena fortuna con su estudio de abogados y cuantiosas inversiones inmobiliarias.
Pero el matrimonio Kirchner no era sólo una sociedad conyugal, sino también política. Néstor ganó la intendencia de la ciudad de Río Gallegos y la gobernación de Santa Cruz, para la cual fue reelegido tres veces. Cristina, siempre a la par, obtuvo en 1989 un escaño en la diputación provincial, y comenzó una notable carrera legislativa.
Se convirtió en primera dama tras una jugada del ex presidente Duhalde, quien en 2003 apoyó a su marido para evitar que triunfara su archienemigo Carlos Menem. Ella aclaró: «No me digan primera dama, sino senadora o primera ciudadana». Cristina ya marcaba el territorio: era una entidad política diferenciada, asociada a su marido pero con una carrera propia.
Algunos gestos políticos revolucionarios para un país que se levantaba de su más grave crisis moral y financiera -como la renovación de la Corte Suprema o la lucha contra la impunidad de los militares-, y un crecimiento económico sin precedentes les permitieron cosechar un masivo apoyo. Arrinconaron a sus adversarios en el peronismo y coparon la escena de tal manera que anularon a la oposición.
Ambiciosos y audaces, tomaban las decisiones en conjunto, convirtiéndose Cristina en la política más influyente del entorno presidencial. Tanto, que algunos funcionarios los denominaron en off como un «Gobierno matrimonial».
Desde 2005 hubo versiones de que Kirchner le cedería el lugar. Buscaron probar a la primera dama en el distrito electoral más importante y salió airosa: obtuvo un rotundo éxito en las legislativas de aquel año, ganando con holgura la senaduría por la provincia de Buenos Aires. Allí, se percataron de que Cristina tenía altas chances de cosechar el mismo apoyo que su marido. Hasta hace 20 días, la incógnita era si se atreverían a comprobarlo, en medio de un bajón en su popularidad debido a la inflación, a la crisis energética y a los escándalos de corrupción. El «Gobierno matrimonial», en coherencia con su audacia, decidió atreverse.
Cambio o estética
El todavía presidente Kirchner la presenta como la «profundización del cambio que recién comienza», es decir, que ella vendría a resolver los problemas que él dejó.
Sin embargo, ese perfil se contradice con el exagerado cuidado por su imagen personal, que hasta despierta burlas (le han colgado el apodo de «reina Cristina»). Su esteticismo extremo despierta suspicacias en una mujer que ya tiene que lidiar con el peso de estar cerca de convertirse en la primera presidenta de la historia argentina.
Muchos sospechan que, una vez que acceda al Gobierno -y sólo un imprevisto alud de malas noticias podría impedirlo- se muestre como un cambio de imagen y no de sustancia.
La realidad política argentina está cambiando. El Gobierno ya no cuenta con el respaldo popular de antaño y se agravan los problemas que enojan al electorado. Por más fuerte que crezca la economía, la calle comienza a desear algún tipo de cambio. Gran desafío para una mujer que quiere llegar a donde la legendaria Evita no pudo.