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Eduardo Gudynas investigador en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad-América Latina?

El ocaso de la unipolaridad y el renacimiento de la globalización

El autor considera un paso adelante el hecho de que los argumentos de quienes defendían una globalización guiada por una sola potencia mundial se hayan revelado insostenibles, pero estima insuficientes esas críticas, toda vez que no llegan a poner en cuestión las relaciones asimétricas entre poderosos y humildes ni la base económica de la globalización actual; únicamente postulan la ampliación del foco de poder

Los defensores de la actual globalización están cambiando sus argumentos. Ahora reconocen que los procesos globales actuales generan desigualdad pero achacan los efectos negativos al haber quedado bajo una única potencial mundial. Los mismos ideólogos que antes consideraban que Estados Unidos era el motor de la mundialización, ahora sostienen que sería el culpable de un mundo unipolar que impide una globalización balanceada. Bajo esas ideas, la globalización actual en sí misma no tendría ninguna arista negativa, sino que simplemente ha sido desvirtuada por la ausencia de otras superpotencias globales.

Las evidencias sobre los impactos de la globalización son tan abrumadoras que parecería inevitable un profundo cambio en el manejo de los procesos globales. Pero apenas se admite que Estados Unidos «estropeó» la globalización, tal como sostiene Steven Weber, director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de California. En un análisis que publicó recientemente en la revista «Foreign Policy», junto a otros autores señala que las «malas noticias para el siglo XXI es que la globalización tiene un lado oscuro significativo».

Weber considera que las ideas convencionales de la globalización son en sí mismas muy buenas, pero advierte que proponer que sea guiada por una superpotencia, es un camino errado. La predominancia del poder de Estados Unidos «tiene muchos beneficios, pero la gestión de la globalización no es uno de ellos». «Los efectos negativos de la globalización desde 1990 no son el resultado de la globalización en sí misma. Son el lado oscuro de la predominancia de Estados Unidos», dice Weber.

Este es un ejemplo del cambio de visión en los centros globales sobre el papel de Washington. Hasta hace poco se defendía a Estados Unidos como motor global, policía internacional y hegemón benévolo. Influyentes neoconservadores, como Michael Mandelbaum, no sólo rechazaban que fuese calificado como un imperio, sino que reclamaban acentuar su papel de gobernante mundial y exigía que las demás naciones industrializadas lo apoyaran todavía más.

Es evidente que esos razonamientos son de una superficialidad asombrosa. Nunca se aclaran los verdaderos significados de un gobierno mundial sentado en Washington (¿quién puede defender con seriedad que el Congreso de Estados Unidos sirva a la representación de los demás pueblos del planeta?). Tampoco se exploran contradicciones evidentes tales como el uso de la fuerza militar, o el rechazo de los compromisos globales sobre la pobreza, la paz o el ambiente.

La alternativa de una globalización multipolar también era resistida por los neoconservadores. Por ejemplo, Niall Ferguson, de la Hoover Institution, sostiene que «la alternativa a una única superpotencia no es una utopía multilateral, sino la pesadilla anárquica de una Edad Oscura». Los neoconservadores consideran que no hay alternativa a la unipolaridad, ya que se caería en una «apolaridad». Por lo tanto defienden el papel de Washington como gendarme global para evitar esa anarquía global, donde los puertos de la economía global «serán los blancos de saqueadores y piratas», según Ferguson. Es un escenario de caos y terrorismo planetario, donde este analista llega a advertir desde Foreign Policy, que en América Latina, «ciudadanos miserablemente pobres buscarán consuelo en la cristianidad evangélica importada por las órdenes religiosas de Estados Unidos».

Pero los errores y consecuencias negativas del rol de Washington han escalado tales niveles que la idea de la unipolaridad es insostenible. Reconocer ese problema es un paso adelante, pera esas críticas avanzan muy poco. No ponen bajo cuestión las relaciones asimétricas de poder de los grandes sobre los pequeños, ni la base económica y cultural de la globalización actual. Apenas se cuestiona que el poder esté en manos de un único país, y se postula como solución pasar a tener un grupo selecto de superpotencias que mantenga la presión para las aperturas comerciales y la liberalización de los flujos de capital. Sueñan con un nuevo club del gobierno mundial que debería sumar a Inglaterra, Francia o Japón.

Se reitera así la fe en la globalización actual, y se achacan los problemas actuales a sus aplicaciones ineficaces y defectuosas. Se escucha que la liberalización de los mercados y los flujos de bienes, servicios y capital no está mal en sí misma, sino que todo se ha distorsionado por una distribución asimétrica del poder.

Las críticas a Estados Unidos tienen muchos ecos en el sur, en especial por conocer en carne propia algunas de sus expresiones, por ejemplo en el plano militar o comercial. Pero la perspectiva crítica no puede quedar únicamente en ese plano, ya que suplantar a Washington por Bruselas, no significará ninguna mejora para América Latina, si no existe simultáneamente un cambio radical en cómo se entienden los procesos globales.

Algunos países del sur son tentados a ingresar al club selecto de líderes globales en un mediano plazo. Especialmente se coquetea con Brasil, India, Sudáfrica y China. Pero más allá de esa presencia, de todas maneras persiste una globalización asimétrica, donde hay grandes potencias que deben «guiar», «orientar» y «conducir» los procesos globales, y que las demás naciones deberán seguir y acatar. El multilateralismo estalla bajo esas ideas.

La solución no está en contrabalancear esos tratados con otros con la Unión Europea, sino que se deben poner en cuestión los fundamentos de relaciones internacionales basadas en jerarquías y dependencias, donde los «grandes» conducen a los «pequeños». La multipolaridad no es una solución suficiente para una globalización unipolar, ya que es todo el entramado global el que debe ser rediseñado. Esta es una cuestión de la mayor importancia, por ejemplo, en las negociaciones de la Comunidad Andina con Bruselas, así como en las consecuencias que podría tener el acuerdo de «socio estratégico» que los europeos le han otorgado a Brasil.

Además, esta es una problemática que también debe considerarse en la integración dentro de América Latina. Si ensayos como la Unión Suramericana, apelarán a los mismos mecanismos de jerarquías y tamaños económicos, donde los más «grandes» supuestamente deben guiar a los más «pequeños», terminaremos reproduciendo dentro del continente las mismas asimetrías y consecuencias negativas que hoy observamos a escala planetaria.

© Alai-amlatina

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