Es justo reconocer que la soprano ordiziarra Ainhoa Garmendia, cada año que pasa, canta mejor. Prueba de ello, y mejor argumento que cualquier opinión que podamos esgrimir los críticos, es su carrera cada vez más consolidada en Europa y, muy especialmente, en Alemania, donde Ainhoa Garmendia ha ido poco a poco labrándose un hueco estable con sus caracterizaciones de determinados personajes del gran repertorio. Es por eso que los melómanos guipuzcoanos, que hemos podido seguir el trabajo de la soprano de Ordizia con una cierta asiduidad a pesar de que resida habitualmente en Alemania, esperamos de cada una de sus visitas un poco más de calidad. Y, en ese sentido, el recital que ofreció el martes fue un poco decepcionante, no porque ella no cantase bien, sino porque el programa que eligió no estuvo a la altura de las circunstancias.

Los dos ciclos de canciones de Edvard Grieg son preciosos y tanto musical como poéticamente muy valiosos, pero especialmente los «Seis poemas de Henrik Ibsen» demandan una voz más ancha que la de Ainhoa Garmendia, con más peso para poder transmitir todo el dramatismo de alguno de sus pasajes. Y es que no es casualidad que algunas de las grabaciones referenciales de estas canciones hayan sido realizadas por mezzo-sopranos.

La segunda parte estuvo dedicada a canciones populares de Euskal Herria. Es un repertorio precioso, por supuesto, pero la mayoría de estos arreglos fueron destinados al consumo interno en las casas de la burguesía vasca, y su interés como piezas de recital es muy limitado por la evidente simpleza vocal y compositiva.

Garmendia cantó bien. Aunque sus pianísimos sonaron algo inseguros, del mezzo-piano para arriba su voz fue siempre brillante, con agudos espectaculares y un buen sentido de la construcción dramática. Pero la próxima vez debería plantearse un mayor lucimiento y cantar, por ejemplo, lo que le demandaron desde el público: arias.