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CRÓNICA | Alivio en la localidad

Una joven devuelve de forma voluntaria las reliquias robadas en la iglesia de San Adrián

No faltó casi nadie. El gobernador, el coronel de la Guardia Civil, el alcalde de San Adrián y el cura del pueblo se dieron cita ayer en la Comandancia de Iruñea para celebrar la devolución de las reliquias robadas hace siete días. El hecho había conmocionado a muchos vecinos (hay quien pasó días sin probar bocado). Hubo hasta lágrimas.

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Anjel ORDÓÑEZ

Sólo faltó el maestro. El resto de las «fuerzas vivas» se reunieron ayer en la Comandancia de la Guardia Civil en Iruñea para celebrar la aparición de las Santas Reliquias robadas el miércoles pasado de la iglesia de San Adrián, y para devolver la arqueta de plata que contiene los vetustos restos de los mártires de las catacumbas.

El delegado del Gobierno español en Nafarroa, Vicente Ripa; el coronel-jefe en funciones de la IX Zona de la Guardia Civil, Benito Salcedo; el alcalde de San Adrián, Carlos Monasterio (UPN); y el párroco, Luis Miranda, anunciaban con satisfacción la detención de una joven de 27 años -de origen rumano- como autora confesa del robo.

En el pueblo, y al conocerse la noticia, no se hizo esperar el repique de las campanas y el lanzamiento de cohetes en señal de júbilo. Festejaban ruidosamente el final del particular calvario que han vivido no pocos vecinos de esta localidad desde que se conociera la desaparición de las reliquias. A algunos, dicen, la angustia apenas les ha dejado probar bocado desde la desaparición de los sacrosantos restos. Y hasta corrieron las lágrimas.

Guión de película

Todo había comenzado en la mañana del pasado miércoles. El escenario del crimen: la capilla de Celso Muerza en la parroquia de San Adrián. El botín de los ladrones: una arqueta del siglo XVII de plata repujada, que en su interior contiene otra de madera con restos que los creyentes atribuyen a mártires cristianos de las catacumbas, donada en el siglo XII por la reina Doña Urraca. Unas reliquias en cuyo honor se celebran cada año las fiestas de la localidad, y que suponen uno de los símbolos más sentidos de este pueblo.

El principal sospechoso: una joven mujer de 27 años, mendiga y rumana para más inri, a la que algunos -también el párroco- dicen haber visto salir del templo con una bolsa. La acusada niega la mayor y empiezan las tribulaciones: que si una banda organizada de traficantes de reliquias, que si ladrones sin escrúpulos dispuestos a fundir la arqueta para vender la plata... Ninguna opción parece alentadora.

Mientras tanto, ni el párroco ni diversas asociaciones locales se quedan quietos. Convocan para el sábado -tras el oficio religioso de las ocho de la tarde- a la sociedad adrianesa a una concentración de repulsa contra el vandálico atentado contra la fe de la localidad. Muchos albergan la esperanza de que los ladrones ablanden sus almas de hielo ante la constatación del enorme sufrimiento provocado entre las gentes de bien.

Y mientras tanto, la Guardia Civil no ceja en sus pesquisas. La superioridad ha puesto manos a la obra a tres decenas de agentes con una estrategia muy definida: dejan en libertad a la sospechosa por la falta de pruebas contundentes (han hallado sus huellas en la peana de donde desapareció la arqueta, pero el registro domiciliario no ha dada los frutos esperados), pero mantiene una discreta vigilancia sobre ella y su rumana familia. Además, se «presionaba» a la sospechosa para que reconociera los hechos. Al final, la joven rumana ha terminado cediendo. Nunca se sabrá si empujada por las desesperadas plegarias de los piadosos o presionada por las artimañas «beneméritas», entraba a las 9.00 de ayer en la iglesia de San Adrián para confesar dónde había enterrado el cofre de plata.

El párroco se felicitaba ayer por el «final de una pesadilla» y hacía autocrítica: «Puede que los curas tengamos que tener un poco más de cuidado». Mientras, el delegado Vicente Ripa hablaba ayer del arrepentimiento -¿cristiano?- de la joven. Puede que le valga de algo en el juicio -¿final?-.

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