Los atentados no dan tregua al golpista Musharraf en Pakistán
Rawalpindi, el barrio-guarnición de Islamabad que alberga a la cúpula militar paquistaní, fue escenario ayer de dos atentados contra objetivos estratégicos, el primero de ellos un autobús que transportaba a miembros del todopoderoso servicio secreto militar (ISI). Los ataques coinciden con un desesperado -y patrocinado por EEUU- intento del general golpista Pervez Musharraf de aferrarse al poder con una alianza con la ex primera ministra Benazir Bhutto.
GARA
Al menos 25 personas murieron y 68 resultaron heridas en dos atentados casi simultáneos en Islamabad. Se trata de un nuevo episodio de una serie de ataques sin precedentes que asolan a Pakistán desde que el general golpista y presidente, Pervez Musharraf, decidió endurecer su ofensiva contra los islamistas.
Un alto responsable de los servicios de inteligencia aseguró que los atentados fueron perpetrados por kamikazes y que llevarían la firma de Al Qaeda por su sofisticación y por el alto nivel de información que poseían los dos presuntos kamikazes.
Los atentados fueron perpetrados en la villa-guarnición de Rawalpindi, una barriada popular en las afueras de la capital paquistaní que alberga al Estado Mayor del Ejército y la residencia militar de Musharraf.
La primera explosión destrozó un autobús que llevaba a miembros del todopoderoso servicio secreto militar paquistaní (ISI, acrónimo de Inter-Service Intelligence). 17 de sus miembros murieron cuando el autobús circulaba cerca del popular mercado de Qasim.
Casi a la misma hora, una motocicleta explotaba a tres kilómetros de distancia, en otro mercado popular, y tuvo como objetivo a oficiales militares que tienen por costumbre acudir a esta zona. Ocho personas resultaron muertas.
El Ejército y la Policía paquistaníes son objeto de una campaña de ataques después del sangriento asalto contra la Mezquita Roja de Islamabad, bastión de los islamistas, a principios de julio. La capital fue escenario de dos atentados suicidas ese mismo mes, aunque el grueso de las represalias tiene como escenario las zonas tribales del noroeste.
Intercambio masivo de presos
El Gobierno paquistaní ha puesto en libertad a un centenar de miembros de la tribu Mahsud en el marco de las negociaciones para lograr la liberación de 150 soldados capturados hace días en la zona tribal.
Asimismo, accedió a reabrir la carretera que une las ciudades de Wana y Tank Sharah, en la región de Waziristán Sur.
Los militares viajaban en un convoy de dieciséis camiones, cuando fueron interceptados el jueves por un grupo de islamistas de la tribu Mahsud.
Un portavoz de la tribu, Zulfikar Mahsud, aseguró que los soldados formaban parte de un operativo de castigo. Exigen, de esta forma, la retirada de las Fuerzas de Seguridad de la zona y la puesta en libertad de otros 15 miembros de la tribu.
Musharraf, que ya ha sido objeto de dos intentos frustrados de atentados en Rawalpindi en años anteriores, acumula enemigos desde el trágico desenlace en la Mezquita Roja. Los principales movimientos islamistas del país, sin olvidar a los líderes tribales de la zona fronteriza, juraron venganza. También lo hizo el supuesto número dos de Al Qaeda, el egipcio Ayman al-Zawahiri. Lo de menos, acaso, es conocer a los verdaderos autores de este nuevo atentado en el corazón de Pakistán.
Con los parabienes indisimulados de Washington, Musharraf y la ex primera ministra Benazir Bhutto retomarán en Dubai las negociaciones para un reparto del poder.
El plan, patrocinado por EEUU, permitiría al general golpista amarrar la Presidencia del país. A cambio, Bhutto, líder del Partido del Pueblo Paquistaní, se vería libre de las acusaciones de corrupción y repetiría, por tercera vez (1988-1993 y 1993-1996), como primera ministra. Esta posibilidad exige un previo cambio de la Constitución de Pakistán.
El mismo cambio que trató de forzar sin éxito Musharraf para seguir siendo presidente y jefe del Estado Mayor del Ejército tras los comicios de otoño.
Musharraf habría accedido a renunciar a la jefatura de la Armada, no así a otras prerrogativas presidenciales, como la de disolver el Parlamento, como Bhutto le exige. Caciques del partido gubernamental, la Liga Musulmana de Pakistán, rechazan dar concesiones a Bhutto.
En este clima reaparece la figura del ex primer ministro Nawaz Sharif, derrocado y enviado al exilio por Musharraf. Rival de Bhutto en la década de los noventa, Sharif trató desde el Gobierno de introducir la Sharia (ley islámica) y de obtener de las autoridades religiosas el título de «comendador de los creyentes».
«Es percibido como simpatizante de los fundamentalistas», asegura Hasan Askari, de la Universidad de Lahore.
Y EEUU quiere mantener en el poder a Musharraf, aliado clave en la «guerra contra el terror» dando a su presidencia un barniz demócrático con Benazir Bhutto, que cuenta con toda la confianza de Washington.