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CRÓNICA | Diagnóstico del imperio

La soledad de Bush, el fracaso de los halcones y el desinfle de las burbujas (y ii)

En esta segunda y última entrega, el analista incide en el repunte de la crisis registrada el mes pasado en EEUU. Una crisis de mucho mayor alcance y que vaticina, afectará negativamente al resto de potencias. Esta mutua dependencia explica la timidez de estas últimas a la hora de criticar los planes belicistas de la Administración de George W. Bush.

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Jorge BEINSTEIN Rebelión

No está de más insistir en que la crisis norteamericana no puede ser entendida si no la asumimos como parte de un fenómeno más amplio, mundial. El llamado proceso de «globalización» que se desarrolló desde la década de los 70 llegando a su momento de victoria en los años 90 (bajo hegemonía financiera y estadounidense), impuso la articulación de una densa red de interdependencias económicas entre los países centrales que atrapó al conjunto de la periferia. El desborde financiero, que incluyó endeudamientos colosales públicos y privados tanto en países centrales como periféricos y saqueos de estos últimos fue la resultante de una crisis crónica de sobreproducción que se prolonga desde hace algo menos de cuatro décadas.

También debe ser señalado que la hegemonía norteamericana, sobre todo en los años 90 y hasta la actualidad, asume un doble aspecto: Por una parte, es la de una potencia que opera como mega-sujeto (parásito) de la economía global imponiendo sus privilegios consumistas al resto del mundo del que extrae bienes y servicios a cambio de papeles-dólares que se han ido desvalorizando. Pero también se trata de un enorme basurero mundial hacia donde se dirigen fondos y mercancías que la crisis de sobreproducción no permite colocar en ningún otro mercado comparable.

Las burguesías de Japón, Alemania, Corea del Sur o China no han hecho otra cosa que otorgar una suerte de «crédito» muy blando y por tiempo indefinido a su gran cliente. Los chinos y los japoneses han acumulado gigantescas «reservas» en dólares o bonos del Tesoro de EEUU a cambio de sus mercancías, los europeos han colocado en los Estados Unidos enormes excedentes financieros, también lo han hecho países petroleros como Arabia Saudita.

Parásito y salvador

Dicho de otra manera, los Estados Unidos son al mismo tiempo parásitos y tabla de salvación del capitalismo mundial del que absorben toda clase de excedentes financieros y productivos. La deuda total de los norteamericanos, pública y privada, se acerca a los 50 billones de dólares (supera al Producto Bruto Mundial). De la misma 10 billones corresponden a deudas con acreedores externos.

Las turbulencias financieras de agosto centradas en los males de la economía norteamericana arrastraron a bolsas y bancos de Europa y Asia, y así seguirá sucediendo en el futuro.

Se trata de un único navío global a la deriva aunque su tripulación es bastante heterogénea, lo que genera una imagen confusa de acuerdos y rivalidades, zancadillas y acciones concertadas.

Recientemente, los chinos amenazaron a los norteamericanos con la llamada «opción nuclear» (despolarizar sus reservas) si estos últimos llegaran a adoptar medidas comerciales proteccionistas contra la industria china. Pero si esa amenaza se concreta se produciría un desplome financiero planetario del que nadie quedaría a salvo (en primer lugar China, cuyo sistema depende de su dinámica exportadora).

La Unión Europea (el dúo Francia-Alemania) no simpatiza con la invasión estadounidense de Irak; sin embargo no desea una derrota del Imperio que podría derivar en una pérdida de control casi completa del Medio Oriente por parte de Occidente.

China ha manifestado su oposición a la aventura iraquí pero sus compras masivas de bonos del Tesoro de los Estados Unidos han servido para financiar esa guerra. Rusia levanta su puño militar respondiendo a la hostilidad norteamericana y amenaza a los satélites europeos de la superpotencia (y de tanto en tanto lanza algún gruñido a los otros estados europeos tratando de condicionarlos).

Sin embargo, el renacimiento ruso depende de sus exportaciones energéticas dependientes a su vez de la salud de la economía internacional y sobre todo de sus clientes de Europa.

Aunque si los rusos miran hacia el Este (tratando de diversificar mercados) se encontrarán con China y Japón, dependientes del poder de compra de Estados Unidos.

Las grandes potencias están condenadas a pelearse entre ellas y al mismo tiempo a realizar acuerdos tendientes a la supervivencia común. Dos conclusiones aparecen de inmediato: Primero, el declive económico y político de los Estados Unidos afecta negativamente a las otras potencias; por consiguiente, ese hecho inevitable terminará por debilitarlos a todos.

Segundo, el desarrollo del proceso general de degradación hará cada vez necesarios y difíciles los acuerdos financieros, comerciales y políticos entre los países centrales. Es evidente que el futuro no copiará al siglo XX, cuando el declive del Imperio inglés abrió paso al ascenso de los Estados Unidos y la URSS, sino que propondrá distintos escenarios de despolarización o multipolaridad floja (más o menos caóticos o efímeros).

La crisis

El tercer interrogante se refiere a la duración e intensidad de la crisis actual. El pensamiento conservador es tozudo e insiste en negar la realidad. Hacia fines de la década pasada afirmaba que nos encontrábamos en medio de una gran reconversión positiva del capitalismo cuando la simple observación de los hechos nos señalaba el desborde de una marea financiera. Ahora, cuando la economía mundial se encuentra sumergida en un océano de burbujas especulativas y bajo la amenaza de una penuria energética grave, afirma que sólo se trata del desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana y sus «daños colaterales», que pronto (muy pronto) será superada gracias al funcionamiento del «mercado» y a la sabia intervención de los bancos centrales de las grandes potencias. Pero la realidad es mucho más tozuda que esa gente; esta crisis no nació en 2007, viene de lejos. Desde comienzos de la década pasada, las burbujas y turbulencias financieras internacionales se sucedieron una tras otra, y al mismo tiempo la masa financiera global fue creciendo en progresión geométrica.

Deudas públicas y privadas, hipertrofias bursátiles, negocios con «productos derivados» se fueron expandiendo mucho más allá del ritmo de crecimiento de la economía real. Por ejemplo, los negocios con «productos financieros derivados» representaban hacia 2000 cerca de dos veces el Producto Bruto Mundial; en 2006, eran ocho veces más grandes, y si extrapolamos su tasa de expansión promedio del último lustro a 2010, esa masa especulativa representaría 16 veces el Producto Bruto Mundial.

Detrás del fenómeno financiero se encuentra la crisis de sobreproducción crónica que atraviesa a la economía global. Que encontró una «vía de escape» (una droga milagrosa) en las actividades especulativas como espina dorsal de un sistema de saqueo que, bajo el discurso del «neoliberalismo», destruyó (devoró) a buena parte de las economías periféricas y reconvirtió al parasitismo a los núcleos hegemónicos del capitalismo. Pero esa vía no es infinita, la expansión de la masa financiera puede ser emparchada luego de cada turbulencia, pero finalmente, la metástasis termina por dañar al conjunto del sistema, hacerlo inviable.

Convergencia de dos crisis

Aunque eso no es todo. La crisis crónica de sobreproducción converge con la fase declinante de un ciclo mucho más largo, el de la explotación de los recursos energéticos no renovables, pilar decisivo de la dinámica del desarrollo industrial capitalista que le permite concretar su reproducción ampliada según su propia lógica, autonomizada de los ritmos de la naturaleza, es decir, opuesta a (saqueadora de) la misma. En resumen, lo que ahora estamos experimentando es la convergencia histórica de dos grandes crisis: la de sobreproducción (que arriba a su etapa de turbulencia aguda) y la de subproducción o penuria productiva centrada en una primera fase en el área energética pero que (biocombustibles mediante) comienza a extenderse al sector alimentario.

La crisis financiera empuja hacia la recesión y la penuria energética ejerce presiones inflacionarias. En los años 70 se produjo un pequeño anticipo del fenómeno, que se le llamó «estanflación». El término es demasiado suave para lo que se viene.

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