Raimundo Fitero
Síndromes
Estoy rodeado de oftalmólogos que celebran un congreso y les escucho hablar de algunos síndromes que yo soy incapaz de ver debido a mi presbicia. Una noticia nos deja pensando durante bastante rato con una mueca en nuestra boca: muere una cardióloga de cuarenta y seis años durante un congreso de cardiología. Los medios de comunicación se hacen eco diariamente de nuevos síndromes, Diógenes, Noé, Ulises, que van describiendo el deterioro de esta sociedad que nos da tantas ofertas para hablar por teléfono móvil como posibilidades para acabar siendo un triste solitario, infantil, juvenil, maduro o anciano. Es el momento en que todo se convierte en llamada perdida.
Como es setiembre, empiezan las programaciones de temporada, las ofertas de ficciones, los programas basura, y la sociología nos depara un síndrome aparatoso por lo que implica su enunciado: el síndrome post-vacacional. Un curioso síndrome que yo debo padecer de manera congénita y que tiene una versión todavía más aguda que es el pre-vacacional. Me fastidia trabajar. No soporto a mis jefes, ni siquiera me gusta el café de la máquina, y hay días que mandaría a manejar naves espaciales hasta al conserje de la finca de al lado. Pero debemos seguir al pie del ordenador.
Como las cosas se encadenan, junto al síndrome famoso, viene otro síndrome bastante más agresivo que es el del paro. Crece el paro, crecen los desempleados. Lo dicen las estadísticas, y unos cuantos miles están de vacaciones forzadas, algunos cobrando su sueldito, pero otros angustiados porque el hipotecario no hace vacaciones, ni se da por aludido ante tus circunstancias sobrevenidas.
Para redondear nuestro mundo feliz, un inmigrante rumano en paro se inmola a lo bonzo en Castellón para reclamar un empleo. Una acción desesperada, una imagen repetida en nuestros noticiarios. Siempre que se ven estas acciones personales impresionan, pero en este caso se trata de un ciudadano europeo, que pertenece a un país que está absolutamente estigmatizado, son mano de obra barata, pero producen miedo y rechazo, es otro síndrome social abominable. Hay clases y categorías y cada día se hacen más grandes las diferencias.