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Xabier Lapitz Hondarribia

Para qué desfilamos

Se acerca otro día ocho de setiembre. No habrá un alarde igualitario en Hondarribia, como deseamos quienes componemos la compañía Jaizkibel. Ni habrá dos alardes porque, a pesar de la archipublicitada e incumplida Ley de Igualdad, estamos obligados a formar una «manifestación» para que hombres y mujeres participemos conjuntamente en el acto que da sentido a la fiesta de nuestra ciudad. Pero ocurre que ni eso, ni siquiera manifestarnos, nos está permitido en igualdad de condiciones.

Desde hace dos años soportamos un corredor de plásticos negros tras los cuales se amparan quienes se oponen a nuestro derecho a desfilar. Los poderes públicos parece que dan por buena esta situación, y cuando se les reclama igualdad también para el derecho a manifestación, se escudan en el derecho que asiste a quienes nos insultan o agreden ocultados tras los dichosos plásticos. ¿Permitirían quienes deben hacer cumplir la ley una contramanifestación si fueran sus partidos políticos los que tuvieran que atravesar ese pasillo?

Quienes nos hemos ido sumando a esta causa justa aspiramos a vivir la fiesta, y a hacerlo en igualdad; pero también somos conscientes de que ese deseo requiere un compromiso añadido. El primero, exigir respeto. Y deben de ser las autoridades las primeras que nos respeten. A ellas les compete poner fin a este bochornoso espectáculo teñido de negro para que un nuevo acto discriminatorio no se incorpore al acervo «tradicional». Aceptar este status de manifestantes confinados y contramanifestantes autorizados es renunciar a la causa con la que hemos adquirido un compromiso.

Tomo prestado un ejemplo muy habitual en boca de nuestro lehendakari. Si dejamos de dar pedales, la bicicleta se cae. Si no nos rebelamos contra la discriminación, no hay razón para reivindicar la igualdad.

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