Imnol Unanue Activista social
Prohibido prohibir
Es difícilmente transformable el juego represor del sistema, porque al fin y al cabo se pretende que quienes lo sufren sean siempre los mismos, de ahí estas actuaciones -no tan extrañas- ilegalizadoras, así como las leyes que las amparan
Suele ser bastante habitual la figura del matón escolar que reparte tortas por doquier, la del alcahuete que vive de la vida ajena, el chivato que no duda en señalar a quien pretende salirse de lo habitual y el pelota que de la mano del profesor represivo facilita la respuesta a las preguntas difíciles o le parece bien hasta el fallo ortográfico del educador, no así el de sus colegas aprendices. Son personajes odiados, pero conjuntamente muy peligrosos, y logran cierta complicidad del alumnado, que acepta sus funciones represoras.
Figuras que todos reconocemos en una u otra persona y que no pudieron deshacerse de las redes prisioneras de un sistema que los usaba como propios con cierta comodidad para reprimir y controlar. Pero lo habitual, por ejemplo, es que el paso de los años cambie la musculatura por cerebro, la alcahuetería por educación, al chivato por un reprimido pero silencioso personaje y al pelota por un servil miembro más de la sociedad. Pero los años nos demuestran que estos seres no sólo pertenecen al pasado sino que una vez madurados y perfeccionados sus métodos son usados como figuras con autoridad por el poder establecido. Son monstruos.
El uso de los mismos conlleva la seguridad del juego excluyente para quienes no los aceptan, son la parte más visiblemente represora del sistema, sus métodos hablan del verdadero interés de quienes pretenden seguir gobernando eternamente.
Es difícilmente transformable el juego represor del sistema, porque al fin y al cabo se pretende que quienes lo sufren sean siempre los mismos, de ahí estas actuaciones -no tan extrañas- ilegalizadoras, así como las leyes que las amparan siguiendo los mismos pasos pero en sentido contrario a los avances de la ciudadanía en derechos humanos.
Por eso hay quien opta por hacer lo que les dictan, usar su fuerza y armas, denunciar a quien protesta o aplaudir actuaciones contrarias a sus propios derechos, como el de manifestación.
Y es que una vez más cualquier posible manifestación futura es ya vista como un acto violento, aun cuando las pancartas permanecen mudas y ni se sabe quién se manifiesta. Los argumentos, cualesquiera, que para eso se manda, y ese ridículo será aplaudido por los que equivocan su peloteo con el miedo que sufren al ver en un espejo al monstruo en que se han transformado.
Para quienes de una u otra forma siempre hemos ofrecido nuestra espalda para el golpe fácil de quien se siente fuerte la historia se repite, siempre buscan excusas para citar la violencia ajena. La suya es encubierta por la legalidad creada por los afines. Los alcahuetes crean la opinión represora, el resto ya está trabajado. Somos presos de nuestras propias miserias.
En Donostia se vuelve a citar algo que aún no ha sucedido como argumento para la prohibición. Sería igualmente justo y real citar los miles de golpes represores ya producidos y la mala baba de quien opta por violentar la protesta pacífica de miles de personas libres por más que les pese. De ahí incluso la importancia de quienes se mantienen erguidos y con el puño en alto: cito a Seber Ormaza y a la Navarra, a quienes envío mi saludo y abrazo.