Esculturas ejecutadas a base de chapas remachadas entre sí, o con malla metálica, con títulos tan evocadores como «El zapato de la Cenicienta», «El guante de Gilda», «Pide tres deseos» o «Mi príncipe azul», constituyen «Alas-Corazas», una muestra que da cuenta de la obra que Dora Salazar (Altsasu, 1963) ha desarrollado a lo largo de los diez últimos años.

Una obra que incluso un espectador poco avisado no tendrá grandes dificultades en identificar. «Es verdad que hago una obra fácil, asequible -reconoció ayer al respecto la propia artista-. Puede que te guste o no, que te interese o no, que ése es otro problema, pero, desde luego, no necesita manual de instrucciones, porque es una obra sencilla, que tiene unos códigos figurativos que en seguida te conectan con el mundo real».

En la trayectoria de Dora Salazar apenas se aprencian cambios. «Yo tampoco busco grandes cambios, aunque sí peque- ños cambios. Pero, en conjunto, se aprecia una continuidad».

En los últimos tiempos, la artista viene trabajando sobre sus planteamietnos «de siempre», aunque ha empezado a utilizar como soportes el vídeo y la fotografía. «Lo he hecho por las exigencias de contar las cosas de otra manera -afirmó-. Parece que la idea de escultura está en declive, porque no cubre todo lo que hoy en día se está haciendo, pero a mí el objeto realmente me gusta. En esta exposición, todas las piezas son objetos, si bien a menudo son casi ingrávidos, como transparencias u holografías; son, en definitiva, imágenes, como las que se pueden obtener con una cámara. En el fondo, sobre un soporte u otro, trabajo con imágenes».