Prisiones de la mente
«La habitación verde» Contra el olvido «Big Bang Love, Juvenile A»
Truffaut amaba el cine más que la vida real, considerando que se debía al oficio sagrado del retratista que atrapa la imagen de las personas para la posteridad. Entregado en cuerpo y alma a su arte, no soportaba el olvido. «La habitación verde» nació de la inmensa rabia que sintió cuando un proyecto de documental sobre su querida actriz François Dorleac, a la que dirigió en «La piel suave» justo antes de que falleciera en un accidente con tan sólo 25 años, fue rechazado por todos los productores. La historia se repitió con la propia realización de «La habitación verde», a la sazón su película menos comercial, tanto que ni llegó a estrenarse a este lado de la muga. No encontró actores dispuestos a interpretar a un personaje que cultiva el recuerdo de los seres queridos, pues todos veían un trasfondo necrófilo en el tema, así que finalmente tuvo que implicarse personalmente al máximo y desdoblarse delante de la cámara, al igual que en «La noche americana» y «El pequeño salvaje», venciendo su natural timidez.
«La habitación verde», con su atmósfera literaria de Henry James y la iluminación natural de Nestor Almendros con velas, es la película más radicalmente romántica y gótica de Truffaut. Su extrema y sobrecogedora belleza nace del carácter obsesivo que la atraviesa de principio a fin, en base a la figura de un periodista de provincias que lleva con pasión la sección de necrológicas, hasta el punto de construir una especie de altar pagano consagrado a la memoria de su mujer. Es un viudo vocacional que se niega a superar la muerte de su amada, a la que seguramente añora y venera más de lo que lo hizo nunca en vida. Es un romanticismo enfermizo que Truffaut asume en primerísima persona, extendiéndolo a su dimensión cinéfila marcada por la aureola de míticos maestros que ya eran historia o que estaban retirados y habían sido arrinconados por una industria insensible al significado de la memoria.