La cifra es del todo reveladora. Las nuevas generaciones de marroquíes han desertado de una partida electoral que, elección tras elección, se desarrolla con las cartas marcadas. Así era en tiempos del rey Hassan II y así sigue siendo con su heredero, Mohamed VI. Y ello, pese a los elogios que las tímidas reformas emprendidas por el nuevo ocupante del trono reciben de Occidente.

La monarquía alauita mantiene una asfixiante presencia en la vida pública del país norteafricano y, por descontado, esa tutela permanente se traduce en medidas que vulneran de forma cruel y persistente las libertades civiles y políticas. Pese a todo, las encuestas auguran que el Partido Justicia y Desarrollo, fuerza islamista moderada, puede ser el depositario hoy de un particular «voto de castigo». Al PJD podrían ir a parar buena parte de los votos de la opción islamista radical e ilegalizada Partido Justicia y Caridad que lidera el jeque Yassin, hoy en prisión. Ante la perspectiva de esa «victoria a la turca», el monarca ha tratado de mitigar sus efectos, reformando a su favor el mapa electoral. De nuevo, unas elecciones con las cartas marcadas en Marruecos.