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Belén Martínez Analista social

Bernard Kouchner, el doctor Strangelove y el nuevo orden mundial

Puee que quienes lean estas líneas hayan tenido la oportunidad de ver la película «Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb» (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú), dirigida por Stanley Kubrick. En esa comedia mordaz, el doctor Strangelove elabora una teoría sobre el dispositivo del día del juicio final, un arma mortífera soviética capaz de acabar con el planeta. Estábamos en plena guerra fría y algunos hablaban del «holocausto nuclear». Hoy se utiliza el término «guerra contra el terrorismo» y, en vez de «rojo» o «soviético», se habla de «eje del mal».

El actual ministro de Asuntos Exteriores y Europeos francés, Bernard Kouchner, conocido con el sobrenombre french doctor, y el doctor Strangelove parecen compartir una afición común: salvar el mundo, destruyéndolo.

En efecto, a pesar de haber participado en la fundación de organizaciones como Médicos sin Fronteras y Médicos del Mundo, y de haber sido Secretario de Estado para la Acción Humanitaria en el Gobierno socialista de Mitterrand y Rocard, Bernard contribuyó a la legitimación del denominado «deber de injerencia», puesto que ese concepto fue formulado en 1987 por Bettati y el propio Kouchner.

Por ello, no me han sorprendido las declaraciones de Kouchner (de una simpleza atroz), anunciando que «el mundo debe estar preparado para lo peor» y admitiendo «la posibilidad de una guerra». Seguramente tampoco le han sorprendido a Michel Collon y Vanessa Stojilkovic, autores del documental «Los condenados de Kosovo». Hace años que Collon viene desenmascarando las posturas proatlantistas y militaristas del french doctor.

Durante su mandato como Administrador civil de Kosovo (1999-2001), Kouchner fue incapaz de impedir la depuración étnica contra la comunidad serbia y gitana. En 2003 no condenó la invasión de Irak, en tanto que Villepin, que entonces llevaba la cartera de Exteriores, se posicionaba de esta forma: «Quisiera decir a nuestros amigos estadounidenses, británicos y españoles que la crisis iraquí no es un problema entre EEUU y Francia, sino entre los que quieren avanzar en una lógica de guerra y la comunidad internacional».

A este pseudoizquierdista poco o nada parece importarle la estabilidad internacional, el desarme y la no proliferación nuclear, la prevención de los conflictos y las políticas que conducen a la paz y la distensión. El mismo criterio aplicado con Irán debería servir para el propio Estado francés (recordemos los ensayos nucleares en el Sahara y en la Polinesia) y las principales potencias.

Bernard, como el doctor Strangelove desea salvar el mundo, aunque tenga que aniquilar a la mitad de la humanidad -perfectamente localizada en su mapamundi-. Amos Kenan, que en el año 1967 combatió en el ejército israelí contra Cisjordania, increpaba: «¿Quién va a asumir la responsabilidad de la sangre del último niño palestino asesinado un minuto antes del armisticio?»... La última niña iraní...

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