Luis Beroiz Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas por Deusto
A Juan Luis Ibarra Robles, magistrado
Lo que no consiguieron en Madrid lo habéis conseguido con sospechosa facilidad en Donostia, en casa
No sé si por suerte o por desgracia, si algo debo a la Universidad, poco más, fue poder sentarme junto a quienes, más tarde, ibais a gestionar vidas y haciendas ajenas. No quería molestarte, pero el peso de una serie de preguntas para las que sólo tú tienes respuesta, así me lo aconseja. Lo hago en tu calidad de integrante importante de una institución trascendente como es el Consejo General del Poder Judicial del País Vasco. Ahí es nada.
El caso es que, de nuevo, nos tocó sentarnos en un juzgado, esta vez de los de tu jurisdicción, con el chaval y tres muchachos más en el banquillo. En su sentencia, el juez concluye textualmente que «los cuatro acusados deben ser condenados y ello al margen de que ninguno de los agentes policiales deponentes pueda afirmar que en concreto alguno de los acusados lanzara o arrojara piedras o profiriera expresiones amenazantes».
No sé si te centras, Juan Luis. Nadie es capaz, ni siquiera los que les retienen, de certificar que fueran autores de aquéllo de lo que se les acusa, pero tu colega condena a los cuatro porque sí.
Y si ese mismo juez afirma, contradiciéndose, que «la prueba de cargo que desvirtúa la presunción de inocencia viene constituida básicamente por las manifestaciones serias, firmes, rigu- rosas y absolutamente convincentes prestadas en el acto del plenario por los agentes de la Policía Autónoma Vasca», ¿no crees que desvaría o que se mofa de todos? Como única, se aferra a la prueba que, casualmente, está siendo cada vez más repudiada por tribunales decentes, que los hay. Pero, como asistí al juicio, permíteme que te sea más explícito. El ertzaina de Balza que testificó el último oculto tras un biombo se contradijo grave y alevosamente respecto a la confesión que había realizado en las diligencias previas, unos años antes. El juez, personalmente, se lo hizo saber, a instancias de nuestra abogada, leyéndole en voz alta y clara sus anteriores declaraciones. El testigo intentó salir torpemente de su flagrante contradicción, pero el juez le volvió a leer lo que hacía tiempo había declarado, radicalmente distinto de lo que estaba manifes- tando y decisivo para inclinar a un lado o a otro el veredicto. Nada de esto, sin embargo, se recoge en la sentencia. ¿No crees conmigo que aquél era un momento idóneo para haber suspendido el juicio y haber puesto entre barrotes al testigo por subirse a la grupa de su juramento?
Pero es que, además, entre los acusados había un muchacho, el nuestro, para el que en Madrid, meses antes, se habían pedido ¡91 años y medio! por imputaciones que le adjudicó esa misma, ahora veraz, Policía Autónoma, que se demostraron falsas y que obligaron a ponerle en libertad, tras dos años y cuatro meses gratuitamente preso.
¿Te das cuenta, Juan Luis? A estos falsarios, precisamente a éstos que hemos demostrado que han mentido en todos los juicios de los que hemos salido absueltos allí, han dado tus colegas, meses más tarde aquí, total credibilidad para justificar sus condenas.
Y si te digo que, tras interponer recurso, tres jueces, tres -te diré sus nombres a la oreja por temor a represalias- determinan que «el discurso probatorio está razonado y es razonable, lo que conlleva que no sea factible para este tribunal efectuar una nueva valoración de las pruebas personales, pues ello supondría vulnerar las garantías del debate probatorio y atribuir a la función revisoria en el campo factual una dimensión jurídica de la que carece». ¿Qué me dices ahora? ¿De qué sirve entonces recurrir, Juan Luis? ¿Semejante parrafada para concluir que la declaración de los ertzainas cuenta con calidad convictiva suficiente y que de ahí no se apean? ¡Qué asco más infinito! Cuando Josu Jon os tacha de involucionistas, ¿se estará también refiriendo a estos magistrados?
Lo que no consiguieron en Madrid lo habéis conseguido con sospechosa facilidad en Donostia, en casa. Me cuesta creer que la cesión gratuita de pisos a tus compañeros tenga relación directa con este tipo de sentencias. ¿O no ves sospechoso que, tres años más tarde, hayan resucitado un caso que, por delirante, todos creíamos archivado y que la condena equivalga prácticamente al tiempo que el chaval ha pasado injustamente en prisión?
Y si te digo, casi ni me atrevo, que en esas mismas salas y en esas mismas fechas se pidió por parte del fiscal y se concedió por parte del juez una condena ¡de dos años! para un ertzaina, convicto y confeso, que había matado, sin mediar motivo, a un pobre chaval gallego, confundién- dolo con un gudari, hecho que fue calificado benévolamente de homicidio por imprudencia grave, ¿qué me dices? Los otros encausados con nuestro hijo ya gozan, inocentes, de las atenciones de la señora Gallizo. El padre de uno de ellos os ha tachado -con benévola cita evangélica- de fariseos. Nuestro chaval lleva más de un año esperando a que tus colegas comprueben, para compensarle, si, producto de la tortura, pernoctó veintiocho meses en cárceles castellanas, justo hasta el día en que pudimos demostrar que esos mismos ertzainas, ahora convincentes y rigurosos, habían mentido como bellacos.
¿Quién nos redimirá de tanto sufrimiento? Una sentencia injusta, la de ahora, no puede servir para compensar los efectos perversos de otras decisiones injustas. ¿No contiene acaso motivos suficientes como para ser anulada de oficio y enclaustrar a sus protagonistas? Yo creo que sí. Y tú, también. ¿Lo haréis?
¿Tiene algo que ver lo que te cuento con lo que aprendimos juntos en aquellas sacrosantas aulas de Deusto? Con esta sentencia que sonroja los anaqueles de Aranzadi, tres familias se encuentren privadas de sus hijos y una cuarta expectante.
Alguien se ha empeñado en arruinarnos la vida y nuestra obligación es evitarlo. Todo lo que te narro sucedía durante una tregua que otros iniciaron y que alguien ha frustrado con su arrogante inhibición. No te pido nada, Juan Luis. Hoy sólo quería contarte cosas. Que las supieras de primera mano, por más que estén ocurriendo a tu vera. Si contestas, no me hables de leyes, háblame de justicia. Un abrazo.