«He reencontrado nuestros mismos ideales y actitudes en los jóvenes de Chile»
DIRECTORA DE «CALLE SANTA FÉ»
5 de octubre de 1974. Calle Santa Fé, en Santiago de Chile. Carmen Castillo Echeverria, embarazada de seis meses, es herida gravemente y su compañero Miguel Enríquez, líder del MIR, muere a manos de los militares en la casa donde vivían en clandestinidad. Treinta años después, en el filme en el que recuerda aquellos hechos, ella se plantea la siguiente pregunta: ¿mereció la pena?
Xole ARAMENDI | DONOSTIA
Carmen Castillo Echeverría habla suave. Su voz es grave y suena casi en un susurro, pero sus palabras, como las imágenes de su película, que reflejan las circunstancias de su vida, impactan con dureza. Su existencia se quebró y peligró gravemente aquel día hace ya más de treinta años, en aquella casa de la calle Santa Fé. Ella sobrevivió, pero no el hijo que llevaba en su vientre, fallecido posteriormente, ni su compañero, ni tantos otros amigos militantes, que se quedaron en el camino.
La historiadora y realizadora de cine, descendiente de vascos, se encuentra en Donostia presentando su película, testimonio directo de lo que aconteció en aquella época en su país. Castillo quiere huir de la nostalgia. Tras años en los que no pudo mirar a los ojos de muchos de sus compatriotas, afirma que ha sido en las generaciones más jóvenes donde ha reencontrado los mismos sueños por los que luchó, las mismas actitudes, lo que la ha llevado a reconciliarse con su país. En la actualidad reside a caballo entre París -a donde fue expulsada- y Santiago. Además de presentar su cinta en Zinemaldia, forma parte del jurado de Nuevos Realizadores de Zabaltegi, sección que ha exhibido su filme.
¿Cómo comenzó a gestarse el proyecto de «Calle Santa Fé»?
En una ocasión en que mi padre estaba muy enfermo, tuve que estar en Santiago tres meses. El proyecto comienza cuando una amiga me lleva a la calle Santa Fé y tengo el encuentro con Manuel, el vecino que me salvó la vida gracias a que llamó a la ambulancia cuando me hirieron. La memoria se da la vuelta y paso del mal, de la tortura, del miedo, de la traición, de lo negativo, al bien. Ese misterio de los gestos de bien me lleva a los gestos de resistencia, porque un acto de resistencia es finalmente lo que le va a dar al país y al ser humano su dignidad y su memoria.
En la película cuenta que, después de vivir tantos años exiliada en París, tuvo que reconciliarse con su propio país.
Yo tuve que volver a despertar el deseo de hacer de Chile un territorio posible para mí. Me acerqué a través de los orígenes y rodé varias cintas con indígenas, tanto en la zona del norte como en la del sur. La ciudad me producía una melancolía terrible y mucha rabia. Y esos dos elementos juntos no son nada bueno para trabajar, por lo que evitaba ir a Santiago.
Es muy impactante el momento en el que Manuel, su vecino, le cuenta que Miguel huía, corriendo calle arriba, y que regresó a la casa donde usted estaba herida.
Como se ve en la película, yo me quedo muda cuando Manuel me cuenta que primero vio a Miguel salir de la casa y regresar después. No sé. Las memorias personales a veces ven cosas que no sucedieron, pero ésa es también la leyenda de Miguel Enríquez, la de los vecinos, de lo que sucedió aquel 5 de octubre. Lo que me da una fuerza increíble es que vieron a un hombre y a una mujer que se amaban, una familia normal, niños... y ven en el gesto de Miguel Enríquez el gesto de un hombre que no busca la muerte ni el sacrificio, que en ese momento su ser lo llama a no abandonar a una mujer embarazada herida. No sé qué sucedió en realidad, pero tengo la obligación de dar a conocer a todos esa visión de Manuel.
El filme termina con la imagen de dos jóvenes, que son el futuro del país, cantando a ritmo de rap los mismos ideales de ustedes. El mensaje final es esperanzador y dice que su lucha valió la pena.
Después del encuentro con Manuel, empecé a trabajar con los jóvenes durante cuatro años en este filme, en esta calle Santa Fé. Las generaciones más jóvenes me invitan y me exigen de una manera muy fuerte. Me dicen: «Tú no estás en un museo, tú, estés donde estés, en París, en Santiago, en México, haz cosas, lo que tú haces nos sirve para hacer y pensar». Eso fue un regalo extraordinario para mí. Pude reencontrar la misma postura, la misma manera de ser de nuestra generación en los jóvenes que están inventando cómo crear un mundo más justo, más solidario, hoy en día.
La hija de una compañera militante confiesa en el filme que no puede perdonar a sus padres que la abandonaran en Chile al exiliarse. Su propia hija prefiere no hablar en la cinta. ¿Cómo lo ha vivido usted?
A finales de los años 70 nos planteamos el retorno clandestino a luchar. Lo dice muy bien Margarita Marche, la madre de Macarena. ¿Por qué nosotros no podíamos ir a recuperar lo nuestro, nuestro país?. Esa era nuestra necesidad. Éramos combatientes y teníamos que estar en el frente de lucha. Después vienen las discusiones políticas, si fue un error o no. Pero ¿qué pasaba como mujer y madre? Elegimos combatir y eso significó dolores inconsolables en nuestros hijos. Y tenemos que hablar de ello como mujeres comprometidas políticamente. Ninguna de nosotros piensa que podíamos hacerlo de otra manera. Lo único que podemos transmitir a nuestros hijos, que tienen ese dolor, es que lo hicimos convencidas de que este gesto implicaba la creación de un mundo mejor para ellos y no podemos arrepentirnos de ello. Ellas han tenido que construir su propio destino con ese dolor. En mi caso, finalmente, mi hija y yo nos hemos reencontrado siendo las dos mujeres.
Una madre que perdió a tres de sus hijos, jóvenes militantes del MIR, reconoce en «Calle Santa Fé» que fue uno de ellos, Pablo, quien la educó a ella.
Sí, y es fantástico.
«Lo único que podemos transmitir a nuestros hijos, que tienen el dolor del abandono, es que lo hicimos convencidas de que este gesto implicaba la creación de un mundo mejor para ellos y no podemos arrepentirnos de ello»