Una historia inmortal
`Emotional Arithmetic'
Mikel INSAUSTI
La idea wellesiana de la historia inmortal es continuada, de cuando en cuando, por cineastas que aspiran también a atrapar el tiempo en la pantalla. Tal vez cabría pensar que para alguien que dirige su segundo largometraje es demasiado pedir, pero Paolo Barzman es todo un descubrimiento y «Emotional Arithmetic» no dejar de ser un clásico del cine desde su mismo nacimiento, prodigio que queda al alcance de muy pocos realizadores en activo.
Los mal pensados dirán que con ese reparto de genios que se dirigen solos el mérito es relativo, aunque a eso hay que responder con la convicción de que la historia y su puesta en escena están a la altura de sus consagrados intérpretes, pues de lo contrario nunca hubieran aceptado implicarse tanto en el proyecto movidos por un interés predominantemente artístico. Una vez más es imposible destacar a ninguno sobre el resto, aunque la presencia más poderosa sigue siendo la del gigantesco Max Von Sydow. En función de ese liderazgo natural la película adquiere un inconfundible eco bergmaniano, algo a lo que nos tendremos que ir acostumbrado porque la influencia del cineasta sueco va a ser mayor después de su muerte. Barzman, que tiene un apellido con una sonoridad parecida a la del maestro, compone su particular sonata de otoño mediante un empleo igualmente armonioso del paisaje, y cuya apacible quietud se verá rota por la tensión interna de unos personajes en plena crisis existencial. Y para terminar con los paralelismos cinéfilos, añadiré que se trata de seres que también buscan su lugar en el mundo, y de ahí el homenaje a Aristaráin con la carrera contra el tren en el paso a nivel sin barreras, esta vez motorizada y conducida por Susan Sarandon. «Emotional Arithmetic» es una obra de una riqueza extraordinaria, en la que conviven la historia de amor eterno con el debate sobre la memoria histórica, y todo ello sin estridencias ni frases altisonantes. A nada que Barzman hubiera decidido cargar un poco las tintas la película saldría ganando en comercialidad con la consiguiente polémica, por el contrario ha preferido ser honesto con el material sensible que tenía en sus manos e imponer una ejemplarizante contención dramática. Así el mensaje cala mucho más hondo y toca la verdadero pulso emocional del espectador, que comprende mejor la naturaleza del dolor de un superviviente de los campos de exterminio y sus razones para no olvidar.