Bajo la piel
`Encarnación'
Mikel INSAUSTI
Sobre el papel «Encarnación» es un intento loable por dignificar a las actrices que de jóvenes fueron contratadas por su físico, encontrando en la madurez serias dificultades para seguir en el mundo del espectáculo.
La película tiene bastante de autobiográfica, ya que la propia Silvia Pérez vivió su momento de esplendor en los años 80, cuando era una de las chicas Olmedo en los shows televisivos de este recordado humorista argentino, e incluso por aquel entonces llegó a ser portada de la revista Playboy.
Su caso sería parecido, a este lado del charco, a los de Silvia Tortosa o Amparo Muñoz, por cuanto también han tratado de sobrevivir a su imagen de «sex-symbol» sin conseguirlo del todo, a pesar de probar con la espiritualidad o con el cine más arriesgado, con tal de dejar atrás un pasado relacionado con el culto al cuerpo. Sin embargo, los medios de comunicación y la sociedad en general se niegan a concederles una oportunidad para madurar o dar un cambio a su vida y a su carrera profesional.
Las grandes divas crepusculares, al igual que los viejos mitos eróticos desaparecieron hace mucho tiempo. «Encarnación» es una película a la que le falta la fuerza de una Isabel Sarli, por citar a una reina de la serie B argentina, ligada al recuerdo del iconoclasta Armando Bo. Sus actuaciones en la década de los 60 contenían auténtica provocación, mientras que Silvia Pérez refleja la decadencia de una época más reciente en la que el destape fue el último refugio del erotismo doméstico, justo antes de que la televisión relegara el sexo a los canales privados de pago. Esas vedettes han sido las primeras víctimas del bisturí, con lo que su rostro ha perdido cualquier rasgo personal por culpa de la cirugía estética. Consecuentemente, su reivindicación generacional se hace más difícil, y eso es lo que sucede con la protagonista de «Encarnación».
No obstante, a la realizadora Anahí Berneri le gusta defender los casos de seres desplazados por razón de su identidad sexual, a juzgar por su anterior «Un año sin amor», donde presentaba a un homosexual que luchaba contra la enfermedad del SIDA a través de relaciones sadomasoquistas para así poder conjugar dolor y placer. La antiheroína de «Encarnación» no lo tiene más fácil, por cuanto hay una fama que la precede y todos la juzgan como objeto de atracción sexual antes que como persona, sin que a nadie le importen sus sentimientos.