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Gilberto López y Rivas Diputado mexicano del PRD

Ernesto Che Guevara en el siglo XXI

Ernesto Che Guevara y sus ideas continúan teniendo una vigencia imprescindible para el análisis de la realidad actual. Su trayectoria revolucionaria, las peculiaridades de su personalidad, su actuación como ministro y dirigente del Estado cubano, su paso por Africa y su prematura muerte en Bolivia constituyen una fuente de enseñanzas que orientan las actuales luchas de resistencia al capitalismo neoliberal. No se requieren iconos en altares reverenciales ni afiches con su imagen vaciada de todo contenido libertario por la cultura mediática del consumo masivo; es necesario comprender las coordenadas que guiaron su vida para con ellas continuar las luchas de liberación de nuestros países.

Uno de los principios fundamentales que rigieron los destinos del Che fue el internacionalismo; rasgo definitorio de la propia revolución cubana en la que surge como dirigente y se forma como teórico de una visión del socialismo marcada por una perspectiva ajena al localismo en los afanes de transformación social. Para el Che la construcción del socialismo tenía que ser a escala mundial, por lo que si el revolucionario se olvida del internacionalismo, afirmaba: «la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno».

Aquí surge un interrogante ineludible: ¿cómo compaginar la consolidación de un proceso revolucionario en el ámbito nacional con la exigencia internacionalista, especialmente cuando históricamente se registra un cerco sanitario de las potencias imperialistas a los países que logran romper con la dominación de las clases dominantes capitalistas? Recordemos la revolución rusa en 1917 y la intervención militar de numerosos estados en su contra a la toma del poder por los bolcheviques.

También, en el interior de las revoluciones burguesas y anticapitalistas es posible notar dos tendencias: una universalista o internacionalista, y otra particularista o de afianzamiento nacional. Robespierre representaba la tendencia universalista de la revolución francesa al considerar que la lucha por igualdad, libertad y fraternidad tenía que darse por encima de toda frontera; mientras Dantón expresó la tendencia opuesta que pugnaba por la consolidación -sostenía él- de «nuestro cuerpo político y la grandeza francesa». El patriotismo universalista de los primeros años de la revolución -que incluso contribuyó a la independencia de las 13 colonias americanas de Inglaterra-, se fue trasformando en patriotismo nacional de estado. La lucha contra los tiranos y los reyes más allá de las fronteras fue sustituida por la «no intervención en los asuntos de otros estados». En la revolución rusa Trotsky insiste en la «revolución mundial» en contraposición a la tesis de Stalin de «socialismo en sólo país».

En la ruta del Che tenemos que en sus tres experiencias como dirigente revolucionario hay una exitosa, la cubana, y -hay que decirlo- dos fracasadas: el Congo y Bolivia. En Cuba triunfa la revolución porque constituye un proceso firmemente enraizado en la realidad nacional. El Movimiento 26 de Julio supo apropiarse de la herencia martiana y aplicarla a una lucha antidictatorial con articulaciones en organizaciones obreras, campesinas, estudiantiles y con una intelectualidad orgánica incorporada en el movimiento. La llegada de los sobrevivientes del Granma a la Sierra Maestra no fue la implantación de un «foco guerrillero», sino la continuación de una lucha de años y el establecimiento de una fuerza política nativa que se desarrolló entre el campesinado con la ayuda de frentes urbanos consolidados. En el Congo y en Bolivia, en cambio, hay una suerte de «incursión foránea» con relaciones equívocas con los grupos guerrilleros locales (Africa), e incluso cierta hostilidad y mezquindad de dirigentes importantes del Partido Comunista de ese país por la presencia del Che en Bolivia.

Esto obliga a un análisis más profundo y crítico de la llamada cuestión nacional. Si no existe una base firme de los sectores y grupos que aspiran a transformar el país, una continuidad histórica con las luchas seculares del pueblo de que se trate, un conocimiento profundo de los problemas vitales de los diversos sectores sociales, una unidad de acción de los distintos agrupamientos democráticos y revolucionarios, y una relación estrecha de carácter orgánico entre todos ellos en extensión y profundidad del territorio, el movimiento revolucionario esta destinado a fracasar. El Che, aun en sus adversidades, muestra los peligros de una acción internacionalista con una base nacional no asegurada ni articulada.

A pesar del tiempo trascurrido desde su muerte hace 40 años, es evidente la actualidad del Che en el siglo XXI. El comandante Guevara trasciende a sus asesinos y al odio de clase que despertó en oligarcas y círculos imperialistas; a la desaparición de la Unión Soviética y el restablecimiento del capitalismo en la patria de Lenin, Europa del este y China; a las interpretaciones maniqueas sobre su gesta y su persona de biógrafos y analistas objetivos como Jorge Castañeda. El Che permanece porque hoy como ayer encarna la lucha intransigente y sin concesiones contra el capitalismo y el imperialismo, contra toda forma de dominación y opresión; perdura en el tiempo por su posición crítica a las desviaciones burocráticas y autoritarias del socialismo; por el apego estricto a los principios, la honestidad y la congruencia. El persevera en la memoria popular por el humanismo de rebeldía y justicia social que representa. Cuánta razón asiste a las generaciones de educados en la consigna: ¡Seremos como el Che!

© La Jornada

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