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Tomas Trifol Profesor y licenciado en Ciencias Humanas

El centro de la caverna

Es muy poco serio y ético discursear a unos sobre la inutilidad de los trapos y paños como si el asunto estuviera superado mientras otros colocan banderas hasta a tres mil metros de profundidad marina

En pleno siglo XXI ciertas actitudes no tenían sentido, afirmaban desde la izquierda progresista iluminada. Deberían éstos y todos los que opinamos como ellos tener razón y deberíamos al menos haber superado guerras y estupideces sobre trapos, paños y ban- deras varias. Desgraciadamente no es así, nunca lo ha sido y no sabemos a estas alturas cuando podrá ser de otra manera.

La cosa es que cuando desapareció la enorme ikurriña de la academia de la Ertzaintza en Arkaute, muchos pensamos que en aras del buen rollito y entendimiento la otra enorme bandera de España iba a ser llevada a su sitio, es decir, al recinto cuartelario en Araka, y apartada de los terrenos contiguos a la A-1, donde su sentido era que la viéramos todos los usuarios de la A-1 y no el que debería tener: estar presidiendo como símbolo una dependencia del Estado. Pero de buen rollito nada. Ahora otra bandera de España, más grande, sigue colgando encima de la A-1, y es que esto, nos quieren decir, es España nacional aunque a veces no lo parezca.

Lo dice bien clarito el artículo 4º de la «Consti» la que no la llama precisamente bandera constitucional, sino simplemente de España... que será colgada junto con las demás banderas autonómicas correspondientes.

Y el problema es que aquella Constitución recibió sólo el 33% de los votos de los ciudadanos vascos. Ni el PNV ni el resto de los partidos abertzales que conforman y siguen conformando la mayoría de la CAV no votó sí a aquella «Consti». En algunos pueblos como Lizartza, por ejemplo, los votos negativos superaron con creces a los positivos.

El problema es que la «Consti» no se cumple en muchos sitios, ni en Euskal Herria, ni en los Paises Catalanes o en algunos sitios de Galicia, en zonas de Aragón... en lo que respecta a las banderas, y en otros sitios se ufanan por colgar de sus edificios los colores rojigualdos de franja ancha con evidente profusión.

Así que es muy poco serio y ético discursear a unos sobre la inutilidad de los trapos y paños como si el asunto estuviera superado mientras otros colocan banderas hasta a tres mil metros de profundidad marina. Sigue siendo todo esto, por desgracia, un problema causado por la estupidez humana y la imposición de la caverna. Pero es el botón de muestra de la dicotomía ésa que no debería existir y que tanto disgusta a Rodríguez Zapatero. La España real y la España retórica y ahora constitucionalista de aquéllos que también votaron en su contra por que no les pareció suficientemente franquista.

Miremos donde miremos, hoy hay asuntos muy graves de convivencia y estructuración en España sin resolver a los que la Constitución del 78 les impuso una camisa de fuerza. No creemos que la solución esté en la fuerza o en la ceguera o en dejar pasar el tiempo. El escándalo producido en Nafarroa en la elección de su Gobierno es otra muestra de los miedos eternos de la España de piedra, es otra vez la misma cuestión que dicen disgusta a Rodríguez Zapatero. Así que, cuando se puede, leyes impuestas no consensuadas suficientemente, denostadas y no cumplidas en territorios o comunidades tienen que ser burladas permanentemente en aras de la España real. Lo lógico sería adecuar las leyes a la España real y no al revés, como pretende todavía gran parte del PP desde su nacionalismo españolista. Claro que para eso y otras cosas hay que retocar la «Consti» y transformarla en algo grato y convivencial por lo menos. Para que políticos de buena voluntad en Nafarroa no se queden perplejos, atónitos y alucinados por las razones aducidas por la otra España real de Rodríguez Zapatero que no se queda en su casita, sino que tiene la insana y secular manía de imponer su forma de ver su nación.

Por eso lloraron copiosamente en la villa y Corte la inevitable dimisión del Presidente del PNV, al que florearon como la representación de la sensatez del mismísimo centro político, aunque a buen seguro que el centro de la España real está en otro sitio más escorado hacia la periferia.

Y sigue pertenenciendo a este siglo la situación de Lizartza. La fuerza bruta y constitucional de 27 birriosos votos que permite legalmente a unos descerebrados apoderarse de un pueblo que no les ha votado a ellos y a ellas.

Allí sigue inerme en la balconada del Ayuntamiento esa odiada bandera de la España constitucional, vigilada por dentro y por fuera, entre los cientos de ikurriñas que cuelgan de todos y cada uno de los balcones de las casas de Lizartza. Incluso hasta podría ser motivo de visitas turísticas organizadas para visualizar otro monumento más, elevado este último a la imposición cavernícola del estado nación.

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