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ANALISIS el futuro de Argentina

Argentina elige nuevo gobierno en un clima de apatía

Tras reconocer que el hecho de que no se esperen sorpresas influye en la apatía del electorado, el autor incluye otra reflexión, a saber, que la brecha abierta entre la sociedad y sus políticos, que eclosionó definitivamente en la crisis de 2001, aún no ha sido zanjada Más de 27 millones de argentinos están llamados a votar hoy en las sextas elecciones presidenciales desde la reinstauración de la democracia parlamentaria en 1983. El fervor cívico tras la brutal dictadura contrasta con el desinterés, ante un resultado cantado, de la mayoría de la sociedad.

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Daniel GALVALIZI Buenos Aires

Las encuestas, foco de críticas y desconfianza como pocas veces, muestran una avasalladora supremacía de la senadora y primera dama, heredera del proyecto político que inauguró su marido -el presidente Néstor Kirchner- en mayo de 2003. Pero las expectativas de Cristina (popularizada así, con su nombre de pila a secas) aparentan ser muy distintas a las de su esposo, que obtuvo sólo el 22% de los sufragios. Ella oscila, según los últimos sondeos, entre un 40 y 47%.

La pujante economía es su mayor capital. Un crecimiento del PIB de más del 40% en los últimos cuatro años y medio, un aumento de las exportaciones, de los niveles de empleo y el descenso en la pobreza son la marca registrada del matrimonio Kirchner.

Varios problemas coyunturales -la inflación- y de larga duración de Argentina -la desigual distribución de la riqueza, la corrupción y la inseguridad- son una piedra en su camino y amplifican a sus detractores.

Los tres mayores centros urbanos, a saber, las ciudades de Buenos Aires, Rosario y Córdoba, presentan los sondeos más adversos para la candidata. Su bastión son las provincias patagónicas, las norteñas y la provincia de Buenos Aires, donde su intención de voto perfora el techo del 50%. Las últimas apariciones públicas (brindó tres entrevistas radiales y televisivas luego de años sin dialogar con medios locales) fueron jugadas estratégicas para intentar atraer a los votantes de clase media urbana que le son más esquivos.

Para acceder a la presidencia sin tener que parar por el peligroso e incierto escenario de segunda vuelta, Cristina debe obtener más del 40% de los votos -si tiene una diferencia de más del 10% con respecto al segundo-, o 45%. Hasta ahora, la mayoría de las encuestas le auguran vía libre a la Casa Rosada.

Sin embargo, la fragmentada oposición jugó sus últimas cartas a todo o nada para tentar a los indecisos (hasta hace poco tiempo eran casi el 20% del electorado) y a los desenamorados con el gobierno de Kirchner. A algunos les rindió frutos.

Es el caso de Elisa Carrió, candidata por la Coalición Cívica, un frente de partidos de centroizquierda, liberales e intelectuales independientes. La ex diputada, furibunda opositora a Kirchner, cosechó apoyos en el último mes y trepó en las encuestas casi el doble desde donde partió, superando los 20 puntos en las preferencias.

Carrió concentra en su figura la adhesión de los argentinos que detestan a Kirchner y buscan su reemplazo. Se la visualiza como la superación de un cambio que prometió ser progresista pero se quedó, en muchos aspectos, en meras intenciones, o incluso, decepciones.

De ese rasgo opositor no goza Roberto Lavagna, candidato por una coalición de peronistas enfrentados a Kirchner aliados con viejos integrantes de la tradicional UCR. Por haber sido ministro de Economía durante dos años del actual jefe de Estado, y por una notable carencia de carisma, Lavagna no enamoró a grandes porciones del electorado y se le augura un tercer lugar, a pesar de que había suscitado gran expectativa.

El resto de los 11 candidatos que se postulan pertenecen a sectores de izquierdas, peronistas o conservadores que buscan la proeza de salir bien parados.

Los argentinos hoy también acuden a las urnas para renovar la mitad de sus diputados y un tercio del Senado. En la Cámara baja, el Gobierno espera sumar los escaños suficientes para conseguir la anhelada mayoría propia (129) y evitar la dependencia de partidos minoritarios. En el Senado, todo parece indicar que, de ganar, Cristina mantendrá la mayoría de dos tercios de la que gozó su esposo.

Además, hay ocho provincias que eligen gobernador, entre ellas la provincia de Buenos Aires, el distrito más grande del país, que concentra el 38% del electorado, y donde Cristina cuenta con el actual vicepresidente, Daniel Scioli, como figura que arrastre votos a su favor.

Los poderes provinciales en un contexto de bonanza económica y robustez financiera no son imprescindibles. Pero la experiencia de los gobiernos de Fernando De la Rúa y de Eduardo Duhalde (2001-2003) indica que, cuando las aguas se vuelven turbias, son esenciales en la correlación de fuerzas. En ese sentido, Cristina tampoco tendría mucho de qué preocuparse, ya que sus candidatos se perfilan como favoritos (y en los distritos adversos, las elecciones se realizaron hace meses).

Por lo tanto, Cristina Fernández de Kirchner se encamina hoy a un casi seguro triunfo que legitime la gestión de su marido y la catapulte a convertirse sin necesidad de segunda vuelta en la primera mujer presidenta electa de la historia argentina.

La desarticulada oposición espera un milagro para llegar al ballottage. Pero lleva en sus espaldas la pesada carga de una respuesta que sabiamente nunca preguntó: si la gente cree que vive mejor que hace cuatro años. Muchos argentinos aspirarán a más, pero, como dice Kirchner, él llegó cuando el país «estaba en el infierno». Y sus llamas, a veces, todavía queman.

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