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Gloria Rekarte Ex presa política

La canción del olvido

Hoy son tan solo trapos viejos. Tan viejos como los huesos sin tumba, sin laureles, sin nombre, ocultos en las cunetas y las fosas comunes. Hombres y mujeres que algunos nos empeñamos en rescatar del olvido

El documento de la Conferencia Episcopal elimina dudas y limpia recelos: los 498 curas, religiosos y laicos que hoy serán beatificados en Roma no son considerados «mártires de la Guerra Civil». Los mártires de la Guerra Civil no existen. Y para evitar debates, discusiones y comparaciones baldías, el documento nos adoctrina debidamente: «Las guerras tienen caídos en uno u otro bando. Las represiones políticas tienen víctimas, sean de uno u otro signo (¡ah, mira!). Sólo las persecuciones religiosas tienen mártires». No se trata, pues, de abrir el acceso a los altares para un bando y cerrarlo para el otro, no se trata de hacer diferencias entre unos y otros muertos en la Guerra Civil. Se trata, sencillamente, de entender que los sacerdotes caídos en el bando nacional sufrieron persecución religiosa, y los que ese mismo bando asesinó, pues no. Y, si me apuran, ni sufrieron.

El porqué no viene explicado en el documento, pero será producto, seguramente, de una alineación indebida. Estaban, o así se les consideró, en el otro bando. En el que defendía la voluntad surgida de las urnas y trataba de hacer frente al golpe de estado y a la dictadura que sobrevenía y con la que la iglesia católica estuvo siempre perfectamente alineada. Tan perfectamente como se alineaban los catolicísimos brazos en alto del clero y sus jerarquías con los de Franco y el ejército golpista. En el otro bando no hay mártires. Los sacerdotes no sufrieron diferente persecución de la que sufrieron los sindicalistas, los obreros, las mujeres y hombres republicanos, libertarios, comunistas; los ferroviarios, los campesinos, los mineros... Y cierto: no fue religiosa; sólo fue un genocidio.

En el otro bando nunca hubo caídos y tampoco hubo víctimas... Quizá hace 70 años debieron ser tenidas como tales. Pero no lo fueron. Se lo impidieron Dios y España. Y hoy es tarde. Hoy son tan solo trapos viejos. Tan viejos como los huesos sin tumba, sin laureles, sin nombre, ocultos en las cunetas y las fosas comunes. Hombres y mujeres que algunos nos empeñamos en rescatar del olvido para que recuperen en la memoria y en la Historia el lugar y el reconocimiento que les corresponde. Y, con ellos, el que corresponde a sus asesinos.

A la Iglesia no le gusta, y ni siquiera calla. Mientras beatifica a unos exige para otros el olvido en el que han permanecido durante décadas. Para el arzobispo de Iruñea hasta la vergonzante y deslavada Ley de Memoria Histórica es una ley inmisericorde a la que hay que oponer el olvido, la misericordia y el perdón, y será responsable de los problemas que surgirán: «¿Qué hacemos con los pantanos, con el Valle de los Caídos, con Paracuellos?».

Para problemas con los pantanos, no necesitamos los de hace 50 años, nos bastan los de hoy. En cuanto al Valle de los Caídos, o Paracuellos, quizás sea el momento de que el olvido, la misericordia y el perdón que nos exigen ocupen su lugar. A fin de cuentas, y como él mismo indica, «volver la vista atrás es inútil y no conviene». Aunque puede ser que considere que deben formar parte de nuestra eterna vista al frente.

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