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Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social

Radicalidad total

¿Son violentos los que defienden el derecho al trabajo, la vivienda, la igualdad ante los que golpean porque es su oficio? Estamos ante el tocomocho intelectual del momento

El hecho de que el opresor reprima con toda su fuerza resulta más radical que el que una persona defienda sus derechos por más que al represor le fastidie. Pero esto será difícilmente aceptable, salvo que suceda en Euskal Herria. No es la primera vez que este concepto de «radical», empleado por los pensadores y voceros de derechas y menos derechas, me confunde

Por ello, lo leído en la portada de un medio me hacer dudar incluso del coeficiente intelectual de los lectores a los que se dirige semejante «arlotada», como es ver gente golpeada y citar que eso es beneficioso para el oprimido, que provocan o que disfrutan del golpe; incluso la foto es una ofensa, porque con un comentario añadido hace público al agredido como agresor, radical o violento. En fin, es el periodismo al servicio del poder.

Pongamos el ejemplo más claro del suceso. Unos ciudadanos reclaman el respeto que merece la opción más votada y elegida por ellos y ellas, lo hacen de la única manera que se posibilita, en grupo y con lemas del tipo que sea. Si a esto añadimos que los no elegidos, que conscientemente usurpan representación, se sienten ofendidos por palabras y defienden su abuso con la virulencia amiga, ya costumbre en nuestra tierra, de unos señores vestidos de negro y armados, ¿quiénes son los violentos y los radicales? ¿o debemos callar y afirmar sus mentiras?

Me acuerdo, por si sirve de ejemplo, de que cuando medio mundo disfrutaba de nuestra situación y sufrimiento como personas viviendo con sida, y de muchos eran conocidos sus reclamos de sidatorios, islas exclusivas para nosotros, registros, que se hicieran público nuestros nombres, que se conociera a los niños escolarizados para expulsarlos, que se nos castrara..., a los que nos enfrentábamos a esta realidad nos denominaban radicales, o talibanes del sida, y ni se inmutaban al denominarnos con semejante sandez. Algo parecido es lo que denuncio.

Y lo realmente dramático es la cantidad de vendecuentos que, gratificados con el aplauso y económicamente, se han apropiado del término «radical» para emplearlo contra lo ajeno como algo maligno, radical unido a violento y violentos; cómo no, los de siempre, los que se rebelan contra la falta de ética imperante.

Los citados expertos intentan adoctrinar a pasivos oyentes: no son violentos los falangistas que intentan provocar y alzar sus reclamos fascistas, sino los que pretendían denunciarlo y fueron reprimidos. Los intelectuales del televisor dicen, por ejemplo, que los violentos son los que no pueden votar aunque paguen impuestos. Repiten que provocan quienes denuncian detenciones con todo lo que conllevan y no los que emplean esa violencia. ¿Son violentos los que defienden el derecho al trabajo, la vivienda, la igualdad ante los que golpean porque es su oficio? Ni se inmutan, razonan y citan a pacifistas famosos, su militancia de «izquierdas» o las épocas de denuncia oficial o legal. Vamos, que estamos ante el tocomocho intelectual del momento, programas con audiencias escandalosas. Claro que también se halla en programas alcahuetes o shows con relaciones matrimoniales con malos tratos continuos. Hay lo que hay.

Así estamos en el toma y daca más burdo de la historia, el todo vale contra el que pida pensar, razonar o disentir. Eso sí, ¿qué sería de los que denominan al resto «radical» cuando se les terminara el cuento? No seamos incautos y pensemos que, para empezar, gracias a muchos radicales los supuestos «moderados» embolsan dinero y negocios, que surgen «pensadores interesados» y otros de «labia fácil». Es el precio por agasajar a quien realmente oprime.

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