Los personajes de sangre azul son diferentes, indudablemente. A lo largo de los siglos se ha ido contando que los plebeyos, absortos, admiraban y querían a sus reyes por su exquisita educación política, militar y hasta ecuestre, y es que al fin y al cabo la historia la escribían ellos mismos. En cualquier caso no pueden desdeñarse algunas excepciones, como la de la Revolución Francesa que, como tales excepciones, confirman la regla.

Hoy en día existe todo un aparato de propaganda institucionalizado y dedicado a alabar, por un lado, la egregia categoría de los miembros de la realeza y, a la vez, su facilidad y campechanía para saltarse el rígido protocolo. Un palacio en Madrid, otro en Mallorca, yate, velero, caballos, coches, motos... pero todo muy sencillo; y gratis total. Claro que aunque sean tan del pueblo, siguen siendo de sangre azul y sus asuntos son diferentes de los del común de los mortales, y así, por ejemplo, no se divorcian, sino que inician un periodo de suspensión temporal de la convivencia marital de hecho, que no de derecho.

Al margen de este insignificante problemilla familiar, lo cierto es que la semana no ha podido ser más positiva para la figura del monarca español. Ha tenido suerte. Cuando estaban quemando sus fotos y todos Losantos bramaban exigiendo que abdicara, va y, en un periquete, se convierte en el héroe nacional de los españoles. Y todo por haberse comportado de forma absolutamente impropia en un jefe de estado en una cumbre internacional. ¡Qué lengua!

Sólo algún malintencionado como Gran Wyoming insinúa que la actuación en cuestión se produjo como consecuencia de que las copas no se las llenan de agua.

Pero, aparte de algunas opiniones marginales, la España cañí y la otra -es decir, toda España-, mantiene que su rey, que goza de toda la legitimi-dad democrática al haber sido nombrado por Franco, le ha puesto en su sitio a ése, que es un dictador aunque haya si- do elegido en las urnas por mayoría absoluta, y que así se debe defender a la patria de sus enemigos.

Aún así, sorprende que cuando, plausiblemente, muchos medios de comunicación critican los comentarios racistas y se habla de suspender partidos de fútbol cuando algún ener-gúmeno echa plátanos a los jugadores morenos o les llama monos, mientras tanto se insulta a Chávez «Gorila Rojo» y se proclama a los cuatro vientos que se aporrea los pectorales como lo hacen los de su especie, en un ejercicio de repug- nante cinismo.

Pero el presidente electo de Venezuela, que ya ha advertido que va a ponerles las pilas a las empresas españolas que se forran en su territorio sin hacer ningún asco, ha conseguido una ventaja colateral: el perpetuamente ambiguo Miguel Bosé, genial interprete de «Nena», se ha descolgado amenazando con no cantar en Venezuela mientras Chávez siga siendo presidente. ¡A ver si hay suerte y se niega a hacerlo en Euskal Herria mientras exista la izquierda abertzale!