Ya se sabe que los norteamericanos son únicos a la hora de exorcizar cinematográficamente sus traumas y miedos a golpe de gatillo. Tampoco es novedoso el sentido propagandístico que la industria imprime a proyectos en los cuales deben quedar bien diferenciados quiénes son los Buenos y los Malos. Por ese motivo, nadie debería rasgarse las vestiduras ante la nueva propuesta de Peter Berg, el cual se ha limitado a plasmar en imágenes un argumento de traca en beneficio de un espectáculo de acción de gran calidad. Por ese motivo sería conveniente diferenciar los dos aspectos –argumento y técnica– que fundamentan esta propuesta adrenalítica.

Tras un prólogo de esos que suele dictar la «conciencia norteamericana» a sus ciudadanos y en los que se hace un repaso bastante sobre las conflictivas relaciones entre EEUU y Oriente Medio, el filme lanza su primera andanada sonoro-visual en formato de explosión kilométrica. El objetivo: un complejo residencial saudí para norteamericanos. Guiados por el eco de la detonación islámica, aterriza un grupo de élite dispuesto a investigar todos los recovecos que provocaron esta acción armada. Diferenciada en dos partes, «La sombra del imperio» se amolda, en su primera parte, al discurso esbozado en la conocida teleserie CSI. Foxx y su equipo deberán hacer frente a la hostilidad nativa reinante y resolver el caso. Convencido de que este hilo difícilmente podía despertar el interés del común de los mortales, el autor de «Very Bad Thing», con la ayuda de su mentor Michael Mann, da un giro al filme, abandona la senda del callejón sin salida y opta por armar hasta los dientes a sus protagonistas y lanzarlos a una operación de «limpieza» en toda regla. Siguiendo los parámetros del actual cine de acción, la cámara persigue a los personajes en una escenografía de caos, sudor y balas que consigue su objetivo último de meter de lleno en la acción al espectador. Es en este sentido último donde el filme alcanza su verdadero y efímero valor comercial.