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Fede de los Ríos

La Justicia del Estado es una falacia

Ya se los llevan a la cárcel. ¿Qué decir en esta situación de rabia e impotencia? ¿Hablar de los jueces que ponen la guinda sentenciando la injusticia? ¿De sus diferentes varas de medir? ¿De lo lenitivo de sus actuaciones para con los narcotraficantes y del uso del Derecho como arma de venganza para con el enemigo? ¿De su reciente pasado falangista? ¡Qué más da! Han sido éstos, podrían haber sido otros. La farsa estaba escrita de antemano en otro sitio, y los actores de este esperpento son intercambiables. Habrá otros jueces que condenarán a otros disidentes. Nada debe escapar al engranaje del Estado. Y las piezas de la maquinaria que nos ha tocado sufrir aquí son engrasadas por una suerte de fascismo blanco.

Denuncian los biempensantes lo irregular de que el Gobierno sepa las sentencias antes que los abogados de los que van a sufrir condena. Resulta gracioso, como si pensaran en la falaz división de poderes. A estas alturas va a resultar que piensan en una posible independencia judicial.

Hablan de una sentencia política como si hubiese alguna que no lo fuera. Molestan por lo reiterativo de sus obviedades. Aquí y en Katmandú, de lo único de que se trata es de saber quién paga. Dinero, prestigio, ascenso al estrellato... Los jueces de los amos son muy humanos, demasiado humanos.

Podría parecer que el proceso 18/98 es una reedición de «El Proceso» de Kafka, donde el acusado es condenado sin saber por qué. No lo creo. Aquí todo el mundo sabe la verdad aunque algunos jueguen a desconocerla. Los magistrados la saben y los condenados saben que aquéllos la saben. La prueba, ese elemento imprescindible para impartir condena, es imposible de conseguir porque la acusación es falsa. La lectura del proceso lo demuestra. Pero amigos, en esta España de inquisidores los Torquemadas de turno dictaminan que uno puede ser terrorista sin saberlo. Incluso practicar el terrorismo defendiendo la desobediencia civil.

Lo importante ahora, es saber si nos quedamos en casa rumiando nuestra indignación por la injusticia, o ponemos manos a la obra para sacar a los compañeros y compañeras presos.

Los demás, conocedores sobradamente de la actividad de los condenados, que al menos no molesten con su vergonzante equidistancia y transversalidad. Y recuerden todos: a chandas toca la morcilla. Lo que hoy es para unos mañana será para otros.

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