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Mensaje recibido

Tras denunciar una actuación que tilda de antidemocrática y negadora del Estado de Derecho, Julen Arzuaga, a través de los ojos de los observadores internacionales, hace un rápido pero significativo repaso del largo proceso al que fueron sometidos los encausados en el sumario 18/98. Constata algo que muchos vascos sabían y que entiende como mensaje de la actuación del Estado, cuya oferta de relación es la represión, por lo que concluye que es necesario hacer frente a este estado de cosas «como pueblo libre».

Se puede decir más alto, pero no más claro. El Estado español quería enviar un mensaje -otro- a Euskal Herria y, como es ya habitual, ha elegido sus baterías principales: la Audiencia Nacional, el Ministerio de Interior, la pléyade de medios de comunicación dispuestos a justificar y celebrar la última paliza a los derechos civiles de 46 personas y los derechos políticos de todo un pueblo.

Sí, la detención de los compañeros y compañeras procesados en el sumario 18/98 nos ha despejado aún más las dudas, por si todavía quedaban, sobre el tamaño de vuestra supuesta democracia, la miseria de vuestra presunta separación de poderes, pilar de vuestro pretendido Estado de Derecho. Porque habéis descendido a las cloacas más profundas y chapoteado aún más en el cenagal de ese estado de excepción nunca declarado. Porque para ello habéis tenido que hacer la voladura incontrolada de principios universales como la seguridad jurídica, la tutela judicial efectiva, el principio de legalidad, el derecho a la defensa, la presunción de inocencia, la integridad física y psíquica de las personas... minucias, detalles sin importancia, hoy simplemente palabras huecas. Porque por fin habéis certificado que apartasteis definitivamente los compromisos firmados ante la comunidad internacional en infinidad de tratados, pactos, convenios en materia de derechos humanos y libertades públicas. Porque desautorizasteis al Relator especial contra la Tortura en sesión pública de las Naciones Unidas, porque negasteis la entrada al Relator especial para la Libertad de Expresión al Estado de la inquisición, porque desatendéis sistemáticamente las denuncias de organismos internacionales cuyas potestades habéis asumido con vuestra firma. Porque habéis llevado al grado máximo de deslegitimación, de forma irreparable y sin retorno, a un sistema político-jurídico que además, no entiendo con qué autoridad, con qué motivo, viendo su ínfima calidad y su intrínseca corrupción, nos imponéis a los vascos y a otras naciones de la península.

Lo sabíamos, pero no, no resulta reconfortante comprobar hasta dónde estabais dispuestos a llegar. Que veamos pasar enfrente de nuestra ventana todos los días el cadáver de lo que nunca fue una democracia, con sus diferentes versiones -ilegalización de partidos, suspensión de actividades, detención de dirigentes políticos, mantenimiento del apartheid, aniquilación del derecho a manifestarse, opinar, votar, organizar referendums consultivos...-, no quiere decir que nos acostumbremos a ello, que hayamos perdido la capacidad de indignación y, sobre todo, de empatía y solidaridad con las personas que están sufriendo este atropello.

Lo remarcaban los observadores internacionales que se acercaron a aquel largo juicio. Hoy quedan más claras sus palabras. Se referían a la función de ese tribunal especial que suspende derechos por mandato constitucional, al impulso político que le inspira, a lo elevado de la petición de penas por actividades sociales, políticas, empresariales. Mencionaban la ocultación de datos a la defensa, la actitud negligente del Tribunal para encontrar pruebas que presentaban compulsivamente como definitivas. Se interesaban por descifrar el galimatías de los delitos económicos: «¿pero se les acusa de financiar a ETA o es ETA quien les financia a ellos?». Fue también aclaratoria para ellos la actitud autoritaria de la presidenta de la Sala, Sra. Angela Murillo y aquel famoso exabrupto de «Estrasburgo me da igual». Mostraban su asombro por la práctica de la prueba de «peritos expertos e independientes» que resultaban ser los mismos policías que habían participado en las investigaciones. Se horrorizaron con la actitud del tribunal ante Mikel Egibar, que se levantó y reclamó su derecho a hacer preguntas a los peritos apelando al artículo 6 de la Convención Europea de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, tras identificar al comandante de los «peritos», el identificado con el número G-96330-W, como uno de los que participaron en sus torturas. La tortura, verdadera bandera de esta democracia rojigualda. «¡Siéntese! ¡Cállese!». Martin Poel, abogado alemán hoy fallecido, nos dejó una perla tras su paso por una de las innumerables vistas celebrada en la Casa de Campo: «habíamos conocido procesos sin pruebas, es el primer juicio que vemos sin delito». Otra joven abogada italiana, más poética, se refería a la actitud de los procesados, siempre sonrientes, siempre amables con los visitantes: «¿sabes que hay un pequeño país en Africa que se llama Burkina Faso y que quiere decir en su lengua mossi `la patria de los hombres íntegros'...? No parece estar tan lejos de la patria de los vascos».

Hemos entendido el mensaje. Hemos aprendido claramente cuál es su interés con lo que ocurre en Euskal Herria, cuál es su actitud con nosotros y nosotras, con nuestra forma de entender el mundo y de participar en él. Hemos comprendido que para ellos reclamar el derecho a declarar en euskera no es el reflejo de una actividad habitual, sino que es simplemente afán de molestar, de incordiar, de entorpecer la buena marcha de su justicia. Hemos visto que no pueden ni tan siquiera imaginar la trayectoria humana, la fuerza vital y humana de los hasta ayer imputados, hoy presuntamente condenados en una sentencia que todavía no conocemos. Hemos entendido que no cabemos en ese sistema y que tenemos que buscar la manera de asegurarnos el nuestro. Hemos comprendido a las claras cuál es el margen que dejan, por si todavía alguien lo dudaba, al pacto, a la transversalidad, a la «seducción».

Y mientras, con un dolor terrible por confirmar lo que ya sabíamos, con la desazón que da algunas veces tener la razón, por fin aparece confirmado ante nuestros ojos hasta dónde estaba dispuesto a llegar este Reino de España que por un lado considera a los vascos súbditos forzosos, pero que por otro, no ha encontrado otra receta de relacionarse con nosotros y nosotras que la opresión, la tortura y la cárcel. Y llegamos a la conclusión lógica de que no podemos por más tiempo mantener la ligazón con este Estado.

Yahora que lo sabemos, no tenemos disculpa para no dar con la clave para superar este tornado eterno de represión. Si no encontramos la respuesta definitiva a tanto horror, a tanta vileza, ahora que la hemos constatado, si no nos oponemos a ello como ciudadanos libres y como pueblo libre, se mantendrá activa la apisonadora. Vendrán más sumarios y nuevos compañeros y compañeras serán conducidos a similar destino: «Egunkaria», Udalbiltza, Batasuna, Askatasuna...

Hoy constatamos que los túneles de Pancorbo, esos que tantas veces han tenido que traspasar los hoy encarcelados, son mucho más largos. Esos túneles, evidencia hoy de una separación abismal entre dos mundos, nos interesan solamente -espero que lo entiendan nuestros amigos en el Estado- para asegurar la conexión de esas cuarenta personas y otros cientos de presos políticos más con sus familias, con sus amistades, con su pueblo. Ese pueblo de los hombres y mujeres íntegros.

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