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Francisco Larrauri Psicólogo

Reencuentro con las sombras de palacio

A pesar de la urgencia y secretismo con que se ha dado el último acuerdo en materia policial entre Zapatero y Sarkozy, se confirma que las noticias se repiten un siglo tras otro con las mismas sombras. En un viaje al pasado reciente aparece otro pacto hispano-francés de las mismas características para combatir también a los que no querían pertenecer ni a la metrópoli parisina ni a la española. Cuando Abd el-Krim después de derrotar a los españoles en Annual decidió atacar la zona francesa de Marruecos para apoderarse de Fez, casi capital de Marruecos en aquel tiempo, Francia y España establecieron en Madrid las bases para un acuerdo de cooperación plena y permanente contra el jefe rifeño. Esta conferencia Hispano-Francesa de 1926 que acordó la acción militar conjunta contra la efímera República del Rif incluyó los bombardeos con gases y los desmanes sobre la población de los generales golpistas españoles junto con el mariscal Petain por la parte francesa.

O sea que el discurso a trío de Zapatero, Fernández de la Vega y Rubalcaba sobre las desgracias que esperan a los que deseamos participar en el destino libre de Euskal Herria ya está en las hemerotecas internacionales hace una pila de años. Utilizan la voz impostada y engolada para avisarnos de lo que ya dijeron sus antecesores a otros pueblos de medio mundo y no les sirvió ni a los vendepatrias ni a sus Españas. Es la repetición de un fracaso histórico de los que piensan que todo les está permitido (genocidio en los virreinatos o gas mostaza incluido).

Históricamente, desde sus salones reales, bailando con la jarreta en la pantorrilla, se han valido del mínimo esfuerzo para obtener el máximo rendimiento. Desde palacio se sofocaban primero las manifestaciones populares, luego la lucha callejera y más tarde las revueltas mediante guerra sucia, complots y asesinatos de líderes populares, y todo en nombre del Estado del orden y el progreso (español, claro). También desde palacio a los vivos se les premiaba con plazas de diputados, carrera judicial o alcaldías en territorio enemigo, y a los pobres muertos con reales distintivos históricos que no llegaban lejos. Los iguales de ayer, con un pie en la escala real de cualquier bergantín o en el estribo de cualquier locomotora a vapor, hasta el último marzo auguraban para los que no quisieran ser españoles tortura, mazmorra y ergástula, mientras la gente del pueblo al otro lado del Atlántico les gritaba «muerte a los gachupines». Al final siempre lo mismo, un ciclo dinámico con negociaciones fracasadas, seguido de una represión policíaca y militar, y más revueltas que terminan en otra negociación.

Hoy son las sombras de aquellos personajes, que a nivel social y político adquieren numerosos disfraces, quienes que se ponen de acuerdo en la parafernalia del semblante serio y enjuto para repetir con el mismo tono y modulación los métodos autoritario-burocráticos de administración central, como hicieron sus homónimos siglos y décadas atrás.

Zapatero, Fernández de la Vega y Rubalcaba no han querido darse cuenta que han fracasado con Euskal Herria, por perseverar obstinadamente en el viejo patrón «más de lo mismo», aunque esto significase no moverse de los cánones del siglo XIX y persistir en el ideal pasado para resucitar una transición moribunda. Han hecho oídos sordos a los mensajes procedentes de la vieja Europa y del mundo moderno, y ahora sólo el instinto de poder justifica la etiología fascista de sus complots para «construir pruebas» o de «actuar cuando la jugada lo aconseje» contra la izquierda abertzale. Cada gobierno utiliza su container y abarrota la cárcel con especiales contenidos, pero las hemerotecas prueban que los gobiernos españoles perversamente depositan ahí a todos los que solicitan el derecho a decidir.

A pesar de estas contradicciones históricas que se convierten en coincidencias con el franquismo presente y pasado, la oposición ultraconservadora ha terminado arrinconando a los gobernantes socialistas en el subterráneo de palacio. Y el PP por la mirilla les enseña el pendón que inicia la Reconquista, como lo hicieron los hidalgos españoles por medio mundo.

La contrapartida equivocada es meter en prisión todo aquello que se quiere ocultar, y Zapatero, también equivocadamente, con lo que no desea ver hace un fardo y lo estiba en la cárcel, aunque este fardo considerablemente grande siga creciendo con enfermos graves, pacíficos ciudadanos y deportados. Y, permítame el lector que no me autocensure, si el Gobierno español no quiere avanzar en una negociación política con Euskal Herria, encarcela a los negociadores; si le molesta un partido político, encarcelan a su directiva, y si algún ciudadano, joven o viejo, fastidia, se le «construyen pruebas» y al trullo.

Hasta las próximas elecciones la cárcel será depositaria también del deseo del presidente español de despojarse de los problemas y tratar de entorpecer, con su ocultación, cualquier intento de sacarlos a la superficie para su solución, aunque sabemos y nos alegramos unánimemente de que lo que aíslan para ocultarlo de la sociedad vasca siempre regresa. Que se enteren de que ser es estar y resistir, y en Euskal Herria avanzar.

Y cuando los protocolos de palacio exponen que no es importante tan sólo destruir al enemigo civil a través de sombras autónomas, sino que también es igualmente necesario denigrarlo y humillarlo, imponiendo a costa del erario público juicios sociales de pesadilla para aniquilar su identidad, en Euskal Herria popularmente despelotamos las sombras de palacio con un sonoro gora gu eta gutarrak.

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