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«En mi juventud, viajar a París era marchar en busca de los sueños»

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Mariasun Landa

escritora

Tras ganar los premios más prestigiosos con sus cuentos infantiles, la escritora Mariasun Landa (Errenteria, 1949) narra, en su primer libro para adultos, su estancia en París con 19 años. «La fiesta en la habitación de al lado» es un divertido relato que retrata a toda una generación inconformista que partía en busca de sueños y tropezaba con la tozuda realidad.

Karolina ALMAGIA | BILBO

Soñaba con ser una Simone de Beauvoir, con encontrar a un Jean-Paul Sartre y vivir un amor sin compromisos, con cambiar el mundo y dignificar la condición de la mujer. Como tantos otros jóvenes de los sesenta, un día dejó en Donostia a unos preocupados progenitores y marchó a París a cumplir su sueño, huyendo de una sociedad en blanco y negro marcada por la represión. Pero en la capital francesa algo fallaba: la fiesta siempre sucedía en la habitación de al lado.

Tras triunfar en el campo de la literatura infantil en euskara (Premio Euskadi en 2001, Premio Nacional español en 2003 y candidata al Premio Andersen 2008, máximo galardón internacional del género), Mariasun Landa se estrena en la literatura para adultos con un relato autobiográfico, «La fiesta en la habitación de al lado», publicado por Erein en su doble versión: la original en castellano y la traducción al euskara.

¿Cómo era Mariasun Landa en 1968?

`Cuando era muy joven me sentía muy mayor' digo en el título del primer capítulo. Y es verdad que, en aquellos años, una chica de 19 años de mi estilo se consideraba muy evolucionada intelectualmente, muy informada y madura, con sus opciones y preocupaciones políticas. Y luego resulta que cuando va a París y vive todo aquello toma conciencia de que realmente, aunque estaba madura desde un punto de vista intelectual, afectivamente era todavía muy niña.

París era un sueño entonces.

París en aquellos años era un sueño para todo el mundo, era la Meca para los pintores, para los escritores, para el mundo intelectual y artístico. Además, yo entonces leía a los existencialistas, a Jean-Paul Sartre, a Simone de Beauvoir, veía el cine de Françoise Truffaut y escuchaba la canción francesa. Marcharse a París era, realmente, ir en busca de un sueño.

¿Y qué se encontraban cuando llegaban allí?

Primero, una constatación: que París estaba lleno de emigrantes españoles y que en cuanto tú pisabas la ciudad eras considerada y tratada como uno de ellos, con todo lo que eso conlleva. Yo fui a aprender francés, de fille au pair, y gran parte del hilo narrativo de este relato es ese deambular de casa en casa, con todas las cosas que me ocurrían en ellas e intentando hacer un retrato de los parisinos de aquellos tiempos y del trato que nos daban a las chicas que trabajábamos para ellos, porque nos trataban como a esclavas.

Vamos, que París no fue una fiesta.

París fue una fiesta, sí. Porque al mismo tiempo que yo añoraba todo eso con lo que había fantaseado, me encontraba con otra realidad que estoy muy contenta de haber vivido, y me refiero a todo el acceso al mundo cultural, todas las películas que vi en la Filmoteca, los autores que pude leer, el ingreso en la Universidad, la formación intelectual y la gente que conocí. Fue una fiesta, aunque ese primer año para una jovencita de mentalidad novelesca como la mía fue algo frustrante: parecía que no acababan de pasarme cosas importantes. El reto para mí ha sido hacer literatura con unos datos autobiográficos que pueden parecer anodinos, con una vida en la que no suceden grandes acontecimientos.

En su narración se repite una idea respecto a aquel año en París: la sensación de no estar donde debía, también en el ámbito de la lucha política.

Sí, y yo creo que eso muchas personas de mi generación lo han tenido que sentir. Aquí la cosa estaba bastante dura, había estados de excepción y sentías la necesidad de irte. Pero una vez que estabas en París y desde allí luchabas contra el franquismo, sentías que no estabas donde tenías que estar. Y tenías un sentimiento de culpa, marcado por la educación religiosa que habíamos recibido, que se acentuaba cada vez que empezabas a pasártelo bien.

También las contradicciones afloraban en el tema del deseo sexual y el amor.

Yo estaba constantemente esperando el amor, tal y como lo concebía en aquella edad, y hacía del deseo amoroso un motor. Pero tenía que luchar contra aspectos de mi personalidad que eran consecuencia de una sociedad represora. Para mi generación, la relación entre Jean Paul-Sartre y Simone de Beauvoir era un icono. Formaban una pareja que se amaba, pero no tenían la limitación de la fidelidad, ni había mentiras entre ellos, era la amistad y la confianza por encima de todo, `un amor no contigente', decíamos entonces. Eso fue mi ideal, mi faro, pero luego estaba la realidad concreta de una jovencita como yo que, por un lado, tenía una relación con alguien de su país, pero no quería cerrarse a todas las experiencias que podía traerle la fiesta en París. Pero luego resulta que esas relaciones eran con unos militantes muy de aquella época, muy dogmáticos, muy cerrados, muy inhibidos y muy reprimidos.

Dedica el libro a sus padres. ¿Por lo que les hizo pasar?

Se lo dedico primero porque son muy mayores: mi padre tiene 93 años y mi madre 90. Me ha parecido un lujo y una oportunidad dedicarles el libro. Y, bueno, sí, en aquellos años tuvieron que estar muy inquietos. Como cuento al comienzo del libro, mi padre irrumpió un día en mi cuarto y me lanzó aquello de `¿Se puede saber si haces práctica religiosa?'. Para él, esa pregunta era una forma de abordar aquello que no controlaba, con los medios que él tenía. En realidad me quería preguntar: ¿qué piensas de la vida?, ¿qué vas a hacer allí?

Este es su primer libro para adultos. ¿Habrá más en un futuro próximo?

No lo descarto. Yo la literatura no la concibo como algo con departamentos estancos, sino como una gran mansión con muchas habitaciones.

En literatura infantil siempre escribe en euskara. ¿Por qué ha elegido el castellano para «La fiesta en la habitación de al lado»?

Yo empecé a aprender euskara en 1974. Hasta entonces mi vida había transcurrido en castellano y en francés. Y para contar esto y contarlo con placer, con gusto, me parecía que tenía que hacerlo en esas lenguas. Por eso, aunque el libro está escrito en castellano, he querido que el lector también sintiese la presencia de la lengua francesa que yo entonces estaba descubriendo.

Sigue ejerciendo de profesora en la Universidad, pero usted podría vivir exclusivamente de la literatura.

Yo me siento más libre si no dependo económicamente de la literatura. Realmente, después de recibir el Premio Nacional en 2003, me encontré un poco en la disyuntiva de dedicarme en exclusiva a la literatura infantil o no. Pero decidí no hacerlo, pese a perder muchas oportunidades, porque me apetecía dedicarme a este proyecto de escribir esta autobiografía, que me ha llevado bastante tiempo, ya que hasta ahora me había movido en narraciones breves.

 

 

«Asun Balzola es irreemplazable, no
me acabo de consolar de su pérdida»

¿Cree que a la hora de contar cuentos a los niños tendemos a querer ser demasiado didácticos?

Bueno, yo no soy nada partidaria de tomar la literatura como un pretexto para enseñar. La literatura es algo para gozar de ella, para experimentar emociones, para empatizar con el protagonista; para formarnos, pero también para divertirnos. Eso no quiere decir que la literatura no lleve implícitos los valores del escritor. Pero debe privar lo lúdico.

Fantasía incrustada en la realidad es la marca de sus cuentos infantiles.

Sobre todo, en lo referente a una etapa de mi literatura. En general, la fantasía, si no tiene una conexión con los problemas reales, a mí me aburre.

¿Qué importancia da al humor?

Toda. El humor es necesario para vivir y para escribir. El humor supone una mínima distancia respecto a lo que pasa, sirve para quitar trascendencia, para aligerar y quitar peso. Hay muchas clases de humor, está el facilón, con el que llegarías a los lectores echando pipas, pero a mí ése no me interesa nada. El humor que a mí me interesa tiene mucho que ver con la inteligencia y también con la ternura. Tiene que ver con reírnos de nosotros mismos.

Usted en los cuentos para niños se atreve con cualquier tema, incluso con la depresión o la angustia.

Es que yo creo que se puede tratar cualquier tema, la única cuestión es cómo. Y ahí entra el trabajo literario: que las historias se lean con placer, con intriga, con gusto, con emociones: ése es el reto.

Asun Balzola puso imagen a sus cuentos durante muchos años. ¿Cómo fue su relación con ella?

Asun fue una amiga entrañable, una amiga irreemplazable a la que echo muchísimo en falta. La verdad es que no me acabo de consolar de su pérdida. Trabajamos juntas en muchos textos, teníamos una visión estética de la literatura muy cercana. Y nuestras formas de sensibilidad eran muy parecidas, nos reíamos mucho juntas, cosa que me parece fundamental en la vida. Asun era una mujer excepcional, que también tenía sus lados oscuros.

Dicen las encuestas que los niños no leen. ¿Qué hay que hacer?

Esos datos son alarmantes, pero no son nuevos. Hay que crear espacios lúdicos, de placer, en torno a la lectura. Que la literatura pueda volver a ser el encuentro gozoso entre un libro y un lector. La experiencia literaria se da cuando encuentras un nuevo libro, una empatía, una emoción que integras en tu biografía. Cuando se da eso al menos una vez en la vida vas a seguir buscándolo siempre. La experiencia literaria no se da a todo el mundo con el mismo libro ni en el mismo año de su vida. No puede ser que la lectura la asociemos a un espacio donde es obligatorio leer y donde además todos deben leer lo mismo.

K.A.

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