«Para mí, es una responsabilidad enseñar esa otra cara del Líbano»
«Caramel» es una historia de mujeres ambientada en las calles de Beirut con un centro de estética como punto de encuentro y refugio para todas ellas. La realizadora libanesa no podía haber escogido un título mejor para su primer largometraje. Amable, optimista y algo «naif», la película es un canto a la esperanza ante las arbitrariedades.
«Caramel» o «Sukkar Banat» es el nombre de una película que nos habla de esperanza y concordia entre sexos y culturas. El título, inspirado en la mezcla de azúcar, agua y limón usada por las mujeres árabes como método tradicional de depilación, resulta ser sumamente sugerente. La historia, protagonizada por la propia directora, ha resultado ser un punto de encuentro entre la crítica y el público. De hecho, la acogida que ha tenido tanto en su propio país, Líbano, como en el Festival de Cannes o aquí en Donostia lo certifican. «Caramel» ha funcionado como un oasis en el desierto. Hasta el momento, la mayoría de los títulos producidos en el Líbano, y que llegaban a duras penas a ser distribuidos en Europa, centraban su mirada en uno de los momentos claves de la historia del país: la guerra civil, que tuvo lugar entre 1975 y 1990 y deterioró de manera importante sus redes sociales.
«Caramel» surge sorpresivamente dentro de una industria cinematográfica en la que básicamente se ruedan films bélicos, como un rayo de luz ante el conflicto en el que está sumido el país. Pero no deja de lado algunos de los dilemas a los que se enfrentan las mujeres libanesas: el sexo, los tabúes sociales o el derecho al aborto.
En «Caramel» hemos tenido la oportunidad de ver una Beirut totalmente diferente a la que nos ofrecen los programas informativos, hemos descubierto una ciudad femenina y mágica.
Gracias por los piropos. Y sí, efectivamente ha sido algo totalmente voluntario, el mostrar esa otra faceta del Líbano, algo que la gente no esta acostumbrada a ver. Me encanta cuando la gente, al ver la película, sale del cine y me dice que ha descubierto una ciudad nueva, distinta a la que tenía en mente y que ahora sí, ahora tienen ganas de visitarla. Considero que ésta era mi misión, mostrar que la gente de allí también son seres humanos tiernos, divertidos que son acogedores y que no sólo existe la guerra y nada más. Era muy importante para mí plasmar que el amor por la vida es mucho más fuerte que todo lo demás que sucede en mi país, y quería transmitir al resto del mundo esta imagen del Líbano que conozco.
Desgraciadamente los últimos acontecimientos que han sucedido en su país han dado al traste con las ilusiones de cambio de sus paisanos y existen numerosas voces que dicen que difícilmente se recuperará la situación de estabilidad de la que disfrutaban. ¿Qué puede contarnos?
Es cierto que la tensión actual en el Líbano está haciendo las cosas cada vez más complicadas, pero precisamente por eso ha sido voluntario el no mostrar la guerra, el no mostrar lo que todos ya conocemos. Para mí es una responsabilidad enseñar esta otra cara; sino, solamente se verían las tensiones. Quizá soy algo naif y demasiado optimista, pero creo que en el Líbano siempre hemos conseguido superar todos los problemas. Es un pueblo que ha sufrido mucho pero tradicionalmente hemos conseguido sobreponernos. Soy muy positiva, pero, sobre todo, tenía ganas de mostrar este ejemplo que puede ser el Líbano para el mundo: un ejemplo de cohabitación de culturas, de diferentes religiones, incluso podría ser una especie de laboratorio para todos los demás. Es decir: nosotros podemos vivir juntos, ¿por qué los demás no van a poder vivir así? Insisto en que puedo ser algo naif, pero así lo veo.
El filme centra su trama en torno al universo femenino, a la mezcla de culturas de la que nos hablaba. Aquí nos genera mucha curiosidad, precisamente porque pocas veces podemos verlo reflejado en los medios de comunicación y en el cine.
Aquí se ve una realidad de mi país, es un barrio en el que conviven diferentes religiones. No era algo a lo que quisiera darle importancia, pero es cierto que en el Líbano existen muchos lugares del mismo estilo. Lo que yo quiero es mostrar las dificultades por las que pasan las mujeres en el Líbano, lo que les gusta vivir y lo que se les permite. Hay una libertad aparente que crea problemas de culpabilidad. También existe mucho control y mucha autocensura: seguimos sujetas a muchas coacciones, al miedo a las miradas y a las opiniones de los demás. En mi país, una mujer debe seguir viviendo con sus padres hasta que se casa. Y en esas enormes contradicciones reside el encanto de Líbano. Todos tenemos que afrontar problemas derivados de la religión y del peso de las tradiciones.
En cuanto a los personajes masculinos, ellos también son adorables, sensibles, valientes. En el Líbano, para que un hombre entre en un salón de belleza para que le afeiten el bigote o le depilen las cejas, tiene que suceder un milagro. Es un acto de valentía enorme.
¿Cómo ha sido recibido la película en su país?
La reacción ha sido muy positiva. La gente se apropia de la película, la hace suya. Sobre todo porque son momentos duros allá, delicados, en los que hay mucha tensión política. Para la gente es como un momento de evasión, un momento en el que piensan en otra cosa. Les da cierta esperanza, es como un soplo de aire fresco. Allí se ha convertido en un fenómeno. Por otro lado, la acogida que ha obtenido en los festivales ha sido estupenda y, hasta el momento, la experiencia está resultando muy agradable. Siento que la gente acoge la cinta con mucho positivismo, que se ríen, que aplauden...
Creo que he conseguido mi objetivo. Porque cuando yo voy al cine voy para sentir, para emocionarme, para entender cosas, para identificarse con los personajes y me da la sensación de que el público está haciendo todo eso con la película. Para mí es una misión cumplida.
Y todo eso lo ha contado utilizando un estilo visual muy cercano a sus orígenes, los video-clips y los spot publicitarios. Es muy visual, muy colorista con muchísimos primeros planos... toda esa alegría se transmite a través de la realización.
Sí, quizá las influencias se encuentren ahí, pero en todo momento he intentado tratar cada uno de mis trabajos como si fuera una película. Nunca he querido darle el aspecto típico de un videoclip. De hecho, no deseaba conseguir esa estética. Sin embargo, es cierto que todo el trabajo anterior ha sido como un laboratorio, he ido probando y probando, pero no quería realizar cosas que únicamente fueran estéticamente bonitas, sino que deseaba que hubiera algo más. Por ejemplo, el salón de peluquería, los colores, todo lo que se ve en la película, son cosas reales que he visto yo misma en Beirut y que me han llamado la atención, sobre todo por esa estética algo anclada en los años setenta.
Iratxe FRESNEDA
Llegada del ámbito de los videoclips y la publicidad, la joven cineasta participó en el 2004 en el programa-residencia del Festival de Cannes para poder escribir un guión en el que vemos cómo los problemas del día a día que tienen las mujeres se suman a los que generan las costumbres propias de cada cultura y religión. El filme capta un universo femenino retratado por estupendas actrices no profesionales que nos hablan de la vida y la esperanza, de las tristezas y las alegrías que rondan a la condición de ser mujer. Nadine Labaki, con su peluquería, nos muestra un país donde la vida fluye al margen de los conflictos políticos que asolan a sus habitantes.