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Maite Ubiria Periodista

Un banquete de boda en Versailles

La Corte se ha reunido para saludar el feliz enlace del monarca republicano. A las puertas del castillo en que otrora se agolparan los siervos, hoy asoman los nuevos sans culottes, los reyes de la precariedad, los príncipes del bolsillo semivacío. El presidente flota en las nubes, como los precios.

En Versailles se brinda por la pareja prime time, en ambiente íntimo, es decir, bajo la atenta mirada de esos nuevos pintores de cámara: los fotógrafos de la prensa del magnate amigo.

En los aledaños de palacio se escucha ya a los desposeídos de esta democracia cautiva, que lanzan consignas contra el hurto de la palabra al pueblo.

Por soberbio y multipresente que sea, el rey es sólo el árbol que oculta el bosque. Los medios siguen sus andanzas privadas, mientras en el selecto palacio ocurren cosas muy graves.

En Versailles sesiona en las ocasiones más solemnes el Legislativo, pero ya no para alzar la voz del pueblo frente a las tendencias absolutistas. No, majestad, todos a una, en indisoluble matrimonio, para cerrar paso a la soberanía popular.

La revolución de 2005 dejó desnudos a los nuevos reyezuelos que, ya se sienten a izquierda o a derecha, se libran a la glotonería más vergonzante. Se enfundan un traje encima de otro, hoy ejercen de alcalde, mañana de consejero, pasado de parlamentario... y así saltan de palacio en palacio, como el rey, sin poner pie en la calle por la que transitan las vidas de esos ciudadanos que votaron «no» a la Europa de sus negocios.

Ahora los déspotas han decidido que es mejor no preguntar más a esos vasallos desagradecidos, a esa plebe que a poco que le dejen lo pone todo patas arriba. Entre canapé y copa de champagne lanzan su ¡vivan los novios! (¡y el Tratado de Lisboa!). Y se zampan tan frescos la democracia participativa.

Pena de esta Europa que tiene miedo a construirse de la mano de sus ciudadanos y adula a caudillos democráticos que abren las puertas de sus Versailles particulares a las élites y dejan al otro lado de la verja a una mayoría social a la que tratan de distraer con las migajas de un banquete real.

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