Viaje fantástico a una Prehistoria que nunca existió
«10.000»
El espectáculo de masas tal como lo concibe el alemán Roland Emmerich encuentra en «10.000» el potencial de la fantasía prehistórica, como un recipiente sin fondo en el que todo tiene cabida, desde las películas de cavernícolas a las de héroes que luchan contra la esclavitud, pasando por las consecuencias del cambio climático producido por el deshielo. Parecen argumentos suficientes para el éxito comercial, por lo que se arriesga con rostros poco conocidos.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Roland Emmerich siempre quiso ser el Spielberg alemán, pero con el paso del tiempo ha acabado siendo un Spielberg exclusivamente comercial que se olvida de la parte artística. No tiene la mentalidad de los pioneros del cine europeo que emigraron a Hollywood, es más un productor de última generación que se hace sus propias películas, según una fórmula industrial poco menos que infalible. Hay que admitirle su conocimiento de los gustos mayoritarios, algo muy necesario en este negocio cada vez más globalizado. Porque sus estrenos funcionan igual en la taquilla norteamericana que en la del resto del mundo, seguramente debido a que no piensa en el cinéfilo, sino en el espectador ocasional que sólo busca un rato de entretenimiento, y que no es tan exigente a la hora de dejarse sorprender con ideas ya conocidas, aunque nunca divulgadas a nivel masivo.
Y con «10.000» lo volverá a conseguir, ya que no hace falta que la crítica catalogue esta película prehistórica de novedosa para que el resto sí la considere como tal. Esto no quiere decir que los menos tengan razón sobre los más, sino que es una cuestión de perspectiva. El gran público no tiene un sentido muy especializado de los géneros cinematográficos, por lo que es más receptivo a licencias históricas o temáticas que, mezcladas, hasta le resultan originales. Lo que el grueso de personas que adquieran su entrada para ver «10.000» va a percibir es una visión diferente de la Prehistoria, sin entrar a matizar si lo expuesto es coherente o no, puesto que, a fin de cuentas, se trata de un espectáculo imaginario que permite viajar en el tiempo sin rumbo fijo. Tampoco importa que los ingredientes sean reconocibles, al estar combinados de forma que su presentación parece otra cosa.
El argumento no difiere demasiado del la película de 1966 «Hace un millón de años», sobre la base de que, cuando se va hacia atrás en el tiempo a través de la ficción, dan igual los miles de años acumulados, aprovechando que ni los antropólogos ni los paleontólogos se ponen de acuerdo. El esquema era tan sencillo como que una tribu primitiva de cazadores del interior descubría otra tribu más avanzada de pescadores costera, y si entonces funcionó, Emmerich está convencido de que su variación va a ser ahora tanto o más efectiva. En «10.000», los cazadores de mamuts gigantes descubrirán que existe una civilización que no depende únicamente de la carne animal, y que incluso conocen la construcción de ciudades con sus mercados y organización social.
La primitiva tribu africana de «10.000» ha sido situada por Roland Emmerich y su colaborador Harald Kloser, músico y coguionista, en un periodo de crisis, marcado por el cambio climático, lo que lo conecta con la actualidad y una de las preocupaciones instaladas en nuestro inconsciente colectivo. De paso, sin que se note más de la cuenta, alude directamente a uno del mayores éxitos del cine reciente, por cuanto «La edad de hielo» también hablaba del fin de una era. El deshielo provoca el desplazamiento de los mamuts, dejando a los cazadores sin su principal sustento. En lugar de ser contemplado de un modo desdramatizador y en clave de animación, se presenta como un obstáculo para la supervivencia, forzando una respuesta de heroicidad épica.
A la hora de recoger influencias de aquí y de allá, con tal de conformar una obra total, a Emmerich tampoco le ha pasado desapercibido el planteamiento inquietantemente cercano que Mel Gibson hacía de la cultura precolombina en «Apocalypto». Las tribus dependientes de la caza son esclavizadas por aquellas civilizaciones que representan un mayor desarrollo, tendencia que se ha mantenido a lo largo de la historia de la humanidad. En el centro de todo parece estar la construcción de las pirámides, un símbolo de poder levantado sobre la sangre de los pueblos sometidos. Puestos a especular, Emmerich va más lejos y localiza un mundo anterior al egipcio en el que aparecen por primera vez tales edificaciones.
Sobre el esclavismo en sí, no cabe duda de que el clásico obligado al que recurrir vuelve a ser «Espartaco», aunque no es la única referencia al cine de Stanley Kubrick, debido a que parte del rodaje de «10.000» transcurre en los mismos escenarios naturales donde se filmó el prólogo de los primates de «2001: Una odisea del espacio».
El héroe libertador de la película de Emmerich se llama D'Leh, un joven cazador de las montañas de la tribu yagahl. Además de tener que enfrentarse a criaturas feroces de tiempos remotos, ha de escapar a unos terribles enemigos a los que denominan «demonios de cuatro patas». Éstos no son sino traficantes de esclavos, que montan a caballo y que son los que conducen las caravanas con los hombres capturados, que habrán de arrastrar luego los grandes bloques de piedra para las pirámides.
Ninguna película que se adentre en el pasado más profundo puede renunciar a la mitología, en el caso de «10.000» emparentada con la reveladora creación de Jean-Jacques Annaud «En busca del fuego», que es la que todo el mundo identifica con el tema de los mitos arcaicos. El fuego sagrado que ha de ser mantenido para la continuación de la vida es sustituido por otro símbolo elemental, aquí relacionado con el medio de subsistencia: la caza. El héroe D'Leh está destinado a ser el portador de la Flecha Blanca, objeto totémico que sirve de prueba de liderazgo. Las tesis de Annaud fueron muy discutidas en su momento por culpa de su esfuerzo en ser realista, todo lo contrario que Emmerich, a quien nadie se tomará en serio.
«La película es toda en inglés -explica Emmerich-. No creo que nadie vaya al cine a ver una película como esta con la idea de estar dos horas leyendo subtítulos. Los animales sí que existieron, excepto los terroríficos con dientes, que son dinosaurios modificados»
La chica de la película es Camilla Belle, una belleza de 21 años que, en un anuncio, prefiere un café a un autógrafo de George Clooney. Belle recuerda que el rodaje fue «muy físico» y que lo más duro fue el frío que pasó y llevar durante seis meses unas lentillas azules «con las que no podía ver muy bien». El primer héroe tiene la cara de Steven Strait, un desconocido actor norteamericano de 21 años.
Título original:
«10.000 B.C.».
Dirección: Roland Emmerich.
Guión: Roland Emmerich y Harald Kloser.
Producción: Roland Emmerich, Michael Wimer y Mark Gordon. .
Fotografía: Ueli Steiger.
Música: Harald Kloser y Thomas Wander.
Intérpretes: Steven Strait, Camilla Belle, Cliff Curtis, Mona Hammond, Nathanael Baring, Mo Zainal, Joel Virgel, Narco Khan, Tim Barlow.
País: EE.UU.; 2008.
Género: Fantástica.
Duración: 109 minutos.