El cineasta vienés Stefan Ruzowitzky ha conseguido el Óscar para la cinematografía austriaca con «Los falsificadores», en su segundo intento después del que llevó a cabo hace nueve años con «Los herederos». Con aquel título también participó en la Seminci de Valladolid, donde recibió la Espiga de Plata y el Premio Fipresci, mientras que esta vez su nueva película ha obtenido en el mismo festival el premio al Mejor Actor para Karl Marcovics, por su caracterización del famoso falsificador Salomon Sorowitzsch. Se trató de un gran artista que en la Alemania nazi intentó sobrevivir de la falsificación, hasta que hubo de trabajar para el Reich en las postrimerías de la contienda. Fue en el campo de concentración de Sachsenhausen, donde sus verdugos le impusieron el dilema de colaborar o morir, junto al resto de sus camaradas.

De entre todas las películas recientes acerca del holocausto, «Los falsificadores» se distingue por ofrecer una visión bien diferente de aquel drama colectivo. Es sin duda la más positiva, la que transmite mejores vibraciones al espectador, que sale de la sala de cine convencido de que el talento creativo podrá ser sometido o explotado en determinadas circunstancias históricas, pero siempre sobrevive a la barbarie. Los alemanes imprimieron más de 130 millones de libras en billetes falsos, en una operación denominada Bernhard, con la que querían reventar la economía del enemigo y fortalecer la suya. Para ello pusieron a disposición de Sorowitzsch un taller clandestino, equipado con la mejor maquinaria y los convictos necesarios a su servicio, todos ellos familiarizados con la imprenta. El mayor escollo era el problema de conciencia al que se enfrentaba.